
Lo recuerdo en la belleza de sus sueños…
Que ganaran los del pueblo y le devolvieran a Juan, su Juan. Su hermano arrebatado por un furgón de medianoche mientras él estaba lejos, ganándose el jornal, cuando una noche negra del 36 llamaron a la puerta de su casa preguntando por José Romero y como él no estaba se llevaron a Juan.
Me recuerdo de niña, sentada en sus rodillas, porque él me contaba las historias de los hombres valientes de su generación. Los hombres y mujeres con nombre y dos apellidos, porque él los recordaba todos.
Bendita su memoria y su boca pidiendo a gritos que la libertad no fuera roja como la sangre derramada de los inocentes, sino blanca, como la piel de su amada, o azul como el océano que nunca pudo ver de niño.
Cierro los ojos y aún lo veo, porque llevo esa imagen clavada en la memoria; yo una niña y él ya viejo gritando frente a un telediario en blanco y negro, a Fraga: _¡Hijos de la gran puta! ¡Qué sois los mismos perros que os llevasteis a Juan!_ y mi pobre madre diciéndole: _¡Papá, sssshhhh… qué no ves que están aquí los niños!
Lo recuerdo en brazos de la muerte, vencido, con sus manos huesudas, poderoso, susurrando una vez más: ¡Hijos de la gran puta! Y sé que se lo debo todo a él; a mi abuela María, a mi madre, a mi sangre andaluza. Mi sangre, el hilo rojo de mi memoria.
Pero ese fue otro tiempo, no era el nuestro. Ahora, es el nuestro y ya lo dijo mi abuelo: no iba a ser nada sencillo. No iba a ser blanca la libertad, aunque fuésemos cientos y cientos de manos y pancartas resistiendo pacíficamente en las plazas. Porque éramos, la voz viva del pueblo diciéndoles: qué ya estamos hartos ¡Joder! Otra vez, los mismos perros.
Y fue una mañana de mayo, cuando regresamos de repente a otro tiempo. Al asalto de porras y gas, balazos de goma y golpes y sangre… Y no era otro tiempo, era el nuestro. Ni era mi abuelo, tan rojo, corriendo delante de todos. Éramos nosotros: los indignados frente a esta incongruencia de porra y democracia.
Éramos todos los puedos, podemos, poetas, abuelos, perro-flautas, gritando: _¡Basta, hijos de puta!
“Nosotros somos del tiempo en que nos dieron los sueños… Y ahora, nos los estáis robando todos»
Y ya no tengo miedo, abuelo. Sueño como tú, que la libertad ha de ser blanca como la piel de la abuela, o azul como el cielo desde el que sé que seguirás gritando si los ves:
¡Hijos de puta!
… Y sí, son: ¡los mismos perros!
Pero sé que esta vez vamos ganar ¡los del pueblo!
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