Duende del Sur

Recuerdo las tardes de bohemia, los duendes bailando entre las cejas, los guiños compartidos, los roces, las presencias.
¡La humanidad en cada detalle!
Dibujos de manos junto a flores y flores junto a estrellas. Lanzar una cometa al aire y ¡volar detrás de ella!
Ser niña, ser viento, ser espuma del mar.
Crecer, crecer y soñar. Correr por una playa, saltar sobre la prisa de las olas, ser ola y un pedazo de aquel mar.
Recuerdo los ojos guardianes de mi infancia, los ojos azul lienzo de mi abuela. Su voz de agua de luna, sus manos, sus lunares, su olor a rosas en el pecho, dejando su fragancia flotando siempre en el aire. Su abrazo franco y tierno, como los astros, fundiéndose en mi pecho como una tempestad de soles reencontrados.

Recuerdo la casa de mi abuela, blanca lunita recién encalada. Las tardes en el patio, las flores del almendro, los olivares, desnudos de tiempo y de avatares.
El eco del silencio en las horas de la siesta.
Las gotas de la lluvia cuando caía la «lluvia milagro» en Andalucía y los surcos del camino agradecidos.
El Sol perpetuo, ahora fuego, ahora gloria, ahora lienzo en el recuerdo de mis tardes caramelo. Las flores, los balcones, las celosías. El olor a los jazmines prendidos en la calma más desnuda y alma de aire de las noches del sur.
Las mozas con sus flores en el pelo y el corazón en un brinco, en un desvelo…
Ayyy ¡Qué mi novio viene a verme madre abuela!

Recuerdo la belleza de las horas, aquel duende del sur de Córdoba y Granada, huella de la memoria que construyó mi infancia.

La semilla de la flor independiente

      La semilla de la flor independiente había decidido ser una flor libre. 
Un día, sintió las alas del viento y voló con él más allá del jardín. No quería ser regada por nadie. Ella amaba la lluvia, la bondad de la tierra que la hizo florecer plena en su esencia. 

      Era una flor solitaria, pero también única y muy especial. Lejos de sus hermanas, de la contención segura de los muros del jardín, un sueño de primavera se abría para ella: al fin era una flor libre, mecida por la hierba, hija del sol y la vida, valiente e instintiva como ninguna. 
Seguramente, alguien le hubiese reprochado que era demasiado egoísta. Pero eso no le importaba, porque ella sería, mientras viviese, todo lo que quisiese Ser.  
Al fin y al cabo, sabía muy bien que había nacido para romper las reglas y no vivir limitada por el acomodado mundo del jardín. 

      La flor de la semilla independiente veía cada día amanecer desde un lugar privilegiado. Estaba sola, sí. Pero en sus pétalos vivían las gotas del rocío y al llegar el ocaso, justo antes de irse a dormir, honraba al viento, agradecida, por haberla transportado en aquel largo viaje.  Segura de sí misma, sabía que tenía un gran tesoro para ofrecer al mundo. Uno, que aún vivía latente en el interior de su cáliz: 
      la vida primigenia de muchas otras semillas, que un día volarían lejos 
      de allí para ser también libres.  
 

La bondad de los árboles

Si pudiese aprender la bondad de los árboles
Imitarlos y arraigar cuanto soy al ciclo de la Tierra 
Dejar de lamentarme cuando el mundo me rompe  
Crecer sabia y serena en la esencia del bosque 
Sentir que mi corteza se templa mecida a la intemperie 
				llena de amor y de aves 
¡Que mis frutos se abren para nutrir la vida! 
Volver a ser semilla que aflora en primavera 
o en el mejor de los sueños:
				una mujer hecha árbol
que espera al que se acerque
y al apoyar su frente en mi tronco intrincado
puedan ser necesarias 
las ramas de mi abrazo

Cuaderno de viaje

Benares, noviembre 2021

Ganga River

Más allá de la calma que te inunda a orillas del río Ganga, nace un tumulto de calles en las que el tráfico no cesa ni un instante. Una vaca descansa en una especie de rotonda indiferente al ruido de los cláxones. Ella es sagrada. Sabe que nadie va a atropellarla.

He recordado que mi abuela María me decía que yo era una niña sagrada porque mis padres me deseaban tanto, que Dios tuvo que dejarme «bajar del cielo» Pero en esta tierra nadie lo sabe y estoy aquí esperando a cruzar las calles mientras mi amigo Sono se aleja y tengo la sensación de que bien podría llegar a Rishikesh —la próxima ciudad que visitaremos— o incluso hasta al fin del mundo, antes de que yo encuentre un huequito seguro por donde colarme.

Por fin se ha dado cuenta de que ya hace rato que no le sigo. Sorprendido, empieza a hacerme gestos con la mano. Cierro los ojos. Una voz que ya no viene de mi cabeza, resuena en mi interior. « ¡Confía!, grita. No has viajado desde tan lejos para sentir miedo». El corazón sabe. Por eso me ha traído hasta aquí. Miro hacia el frente y camino en línea recta hacia donde Sono me está esperando. Todos me esquivan con una precisión de relojero y yo, me siento valiente y sagrada como la hermosa vaca que sigue tan tranquila en medio de la calzada. « ¿Qué hacías allí?, me pregunta Sono cuando lo alcanzo. Aquí nadie va a detenerse para que pases. This is Indiaaa!»

This is India! (Another planet)

Nueva lección aprendida.

Calles de Varanasi

Buscamos un sitio donde comer. En los días que llevo aquí, también he aprendido que siempre debo pedir not spice. Eso ya es más picante de lo que mi estómago es capaz resistir sin lamentarse. Tengo un plato favorito que me gusta tanto que lo repito casi a diario. Se llama Matar Paneer y es un guiso elaborado a base de vegetales, queso blanco y guisantes. Suelen servirlo acompañado de un cuenco de Dal, unas lentejas riquísimas que ya había probado en los hindús de Barcelona.

Antes de caer la luz día hemos regresado al Ghat más cercano a nuestra casa de huéspedes, para sentarnos a contemplar el atardecer multicolores y la vida incesante a orillas de Ganga Ma bañando con sus aguas a la ciudad más vieja del mundo.

El camino de la montaña

Creyendo en ti, creciendo en mí. Paso a paso.

Lo saben las montañas.

Diciembre nos regala un hogar entre mundos.

Cae la lluvia. La tierra verde y plácida bendice cada gota.

Allí donde no alcance, me esperará tu calma.

Tu mano, sosteniendo la mía. ¿Existe otro lenguaje?

El gran Apu bendice esta lluvia sagrada.

Más allá queda el mundo, el ruido de las masas.

Aquí solo hay quietud, la paz de las montañas.

El camino sencillo empieza en uno mismo.

Fluir como este río, ¡Jai Ganga Ma!

Creer en ti, crecer contigo.

Neer Waterfall, Rishikesh, India

Volver al sur

De niña, jamás imaginé que viviría en una gran ciudad. En un mundo de cemento y gentes con mucha prisa, perdiendo a veces la alegría al ritmo de la vida. 

Yo me soñaba ¡llena de Andalucía! Inundada por el olor a tierra, a mar y a flores flotando en el aire. Rodeada de campos y limoneros, de horizontes de olivares, de espigas de trigo dorándose a sol y viento, para entregarnos el regalo más preciado en forma de pan de pueblo. 

Quería caminos hacia la sierra, sendas de rocieros, guitarras rompiendo el silencio y un mundo de niños, risas, juegos, para acurrucarme al final del día, en las horas tiernas de las manos de mi abuela, en el abrazo grande de su pecho, en sus besos y en sus ojos que conocían tanto el mundo.

Vuelvo al Sur… Al olor de los jazmines prendidos al pelo, al color de los geranios y los patios encalados, al rumor de olivos y almendros, perennes en los ecos del tiempo.

A la tierra de mis ancestros, tan amable a la sonrisa y al paso humano.

Vuelvo a la niña del aire, al rubor de su alegría, a la que podía volar en sueños a cualquier lugar menos al sol.  “Imagínate, con lo que arde al medio día en nuestro patio, lo que debe ser allí en lo alto del cielo”, me decía ella entre risas. 

Jamás viajamos al sol en nuestros juegos.  A la luna y a la noche ¡sí! y al estreno de la aurora, como en un cuento de fábulas, pero al sol nunca…

Vuelvo al Sur de mis raíces, al cantar de mis recuerdos…

¡A los labios caramelo!

Alpujarra Granadina en Órgiva
Playa de Nerja

#lasendadelcorazón #entreelcieloylatierra #andalucíamágica #labiosdecaramelo

EL MAR Y VOLAR

«El Mar y Volar»

Pequeños cuentos para entender la vida

A mi abuela María
y a todos los que saben soñar que vuelan…
Aquel día David estaba muy triste. Tenía la cara empapada y los ojos enrojecidos de tanto llorar por la abuela. 
Yo solo tenía nueve años, pero no lloré demasiado porque ella me había pedido que no lo hiciese. 
— ¡Vamos a jugar a volar!— le propuse a mi hermano.
— ¡No! ¡Yo quiero jugar a pistoleros!
— Pero...¡Yo prefiero volar como la abuela!
— ¿Y si me caigo?
— No vas a caerte. En realidad solo jugaremos a eso y será como si volásemos de verdad. 
— ¡Pero yo no tengo alas y sé que me caeré!
— ¡Sí que tienes!—le aseguré—. Lo que pasa es que no las ves. Ayer me dijo la abuela que cuando juegas a volar te crecen unas alas gigantes e invisibles.
— ¿Estás segura?— me preguntó sorprendido.
— Claro. Ella me lo contó justo antes darme un beso y marcharse al cielo. Después se durmió y voló hasta allí. 

Mi hermano sonreía...
—¿Sabes? Está dormida de mentira, como la bella durmiente.
— ¿No está muerta?... ¿No se ha dormido para siempre?
— ¡Nooo! Está despierta en el cielo. Se ha ido a vivir allí porque aquí le dolían mucho los huesos. Eso me dijo y también, que por las noches dormirá con los ángeles.
— ¡Ahh! Y...¿Allí no le dolerán los huesos?
— No, porque uno no pesa casi nada en el cielo. Es como los globos de la feria, que flotan en el aire. 
— Y, ¿por eso tú ya no lloras?, ¿porque sabes que la abuela no está dormida? 
— ¡Eso es! Y porque sé que está muy bien allí. Pero nosotros jugaremos a volar toda la tarde y después iremos a cenar para que mamá no se enfade ni esté triste.

   Aquella tarde estuvimos “volando” todo el tiempo por la casa: del patio al salón, de la cocina al cuarto y del balcón a la Luna. Cuando se hizo de noche estábamos exhaustos, pero no lloramos más porque la abuela no quería que lo hiciésemos y, además, aquel juego era súper divertido.  Así que a partir de entonces, volvimos a repetirlo cada vez que nos aburríamos y lo pasábamos en grande. 
Claro que David siempre llevaba enfundada la pistola y a veces la sacaba para pegar algún que otro tiro contra el viento…
  
 Al cabo de unos meses, una tarde en la playa, mi hermano vino corriendo con una gran caracola entre las manos. Cuando estuvo frente a mí, la acercó a mi oído y me dijo:
— Miraaa… ¡El mar también sueña que vuela cuando se queda dormido! Se ha metido en la caracola y suena igual que el viento.
— ¡Sí!—le respondí—. El mar también sueña que sabe volar, como nosotros y la abuela. 
     
                             Fin 

Alas y raíces

Ha sido establecido científicamente, que el abejorro no puede volar.
Su cabeza es demasiado grande y sus alas demasiado pequeñas para sostener su cuerpo.
Según las leyes aerodinámicas, sencillamente no puede volar. Pero nadie se lo ha dicho al abejorro.
Así es que vuela.

Cita de Paulina Readi Jofré

Un día, aquel que estaba a punto de marcharse vino y me dijo:

«¡Quiero ser libre!, ¡volar!

Sé, que para aprender a hacerlo se necesita un ángel o una mujer de aire. Pero hay que darles algo a cambio y yo, aún no tengo nada que ofrecer»

Me dio un beso y se marchó. Tan solo se giró, cuando le dije:
Para aprender a volar, primero, necesitas tener raíces. Saber de dónde vienes y a dónde quieres llegar. Ansiar tu libertad, buscar tu libertad, ¡amarla! y construirla al detalle, como un mago en el aire.

Hacer del corazón verbo y oficio.

Ser y no ser de nada, ni de nadie. Ser y, simplemente:

Sentir tus alas ¡contra el viento del Norte!, ¡la fuerza de tu estrella!

¡La fe de tus raíces sobre la Tierra!

Lo fui perdiendo en la distancia. No sé ni cuánto tiempo transcurrió. Tal vez pasaron décadas. Quizás vidas enteras. Hasta que un día, regresó.

Ya era un gran guerrero. Se había izado a la mar. Le dio la sal de sus lágrimas, la sed de su palabra.

¡Abrió su corazón, desnudo bajo el sol!

¡Voloooó!

Dejó una línea de azul insostenible quebrando el horizonte.

Quiso insolarse a cielo abierto. Sentir que estaba vivo, latiendo con su sueño corriendo por la sangre. Iba desnudo como un Ícaro, volando bajo un sol de medianoche.

Por sus heridas, entró el fuego y la Luz.

¡Se derritió!

De sus cenizas, surgió una nueva vida.

Había aprendido a amarse.

Pudo encontrarse y encontrarme, entre Venus y el sueño del aire.

Yo sentí que era Aire, era Fuego, Agua, Tierra, ¡Luna y Sol!

Era, ¡libre!

Un sueño hecho hombre y un hombre hecho Dios…

Se desnudó y me mostró sus alas. Me amó, jugando a ser mi espejo y sin palabras.

Ahora ya tenía lo más hermoso que ofrecerme…

¡La fe para sumar alas y libertades!

El don para poder: recomenzar el Aire

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Camino somos

El Tao de las Mujeres

«Permanecer en el camino cuando se pierde el rumbo»

CAMINO SOMOS

«Permanecer en el camino cuando se pierde el rumbo»

El Tao de las Mujeres

Si pierdes el rumbo, permanece tranquila hasta encontrarlo. Hay algo dentro de ti que sabe cuál es la dirección a seguir.

Si el camino es ancho, camina junto a los demás. Cuando se estrecha, camina sola. Los puentes que cruzas fueron construidos por alguien que conoce el trayecto.

Cuando muchos son ricos mientras otros pasan hambre y los recursos se gastan en bombas en lugar de en niños, se pierde el sendero, se olvida el rumbo.

Mantente tranquila y recuerda. En la quietud encontrarás el camino.