
Soledad, es esta página

Haces balance de cuentas y regresa la misma canción… Amor, conato, principio de acción o fuego… Soledad. Llevas en las venas, la sed de un hombre en guerra. La infancia, de un millón de lágrimas. Pero otras te dirían: “Llevas, la tez de un hombre triste” y te dibujarían una sonrisa y cerrarían los ojos para darte un beso. Pero yo ya solo miro detrás de los rostros y si alguna vez nos diésemos un beso, abriría lentamente los párpados porque querría saber si tú, te ofreces con los ojos abiertos al Amor-Conato-Intento… Principio de fuego. Me miras y te diriges otra vez a la misma puerta de salida: la paz de la soledad instintiva… Porque solamente a solas nos hemos desgarrado o nos hemos llenado de destiempo el minutero, para no poder hacerlo.
¿Sabes? Tú y yo: aún no hemos sido escritos. Somos, literatura cero. Un pálpito, una vez en la sangre. Pajarillos sin canto en el aire. La cueva del corazón hereje por salvaje. Pero una vez fue un poema entre los dedos; una invocación a los sentidos, la intuición de que tú… La sed, de la impaciencia.
Una mujer te mira y se refleja, pero tampoco se desnuda porque teme que el niño de tus ojos soledades, aquel que te llevó a vestirte de hombre rudo: rechace la piel que va desnuda. Y a mí, que nunca me ha bastado lo sencillo, mi error sigue siendo esta jodida costumbre de no andar por lo sencillo. Y he aquí mis motivos para arriesgarme a ti, a estas horas de la vida en que se me ha volado la niña y solo me han quedado los desnudos.
Me pregunto: si alguna vez amaste con los ojos abiertos. Si alguna vez lloraste y dejaste que en ti, fuese la lluvia… A veces me persigue el mismo sueño, porque llevo una imagen clavada en la memoria: mis manos haciéndote de barro y tú, que me miraste tres segundos desnudo…
Nunca volviste a esta casa. Nunca… Porque aquí para sanar había que mostrarse el corazón hereje. No volviste a mirarme como aquella vez, desnudo.
Ya ha sido Navidad y tú y yo seguimos solos y siempre regresa la misma repetición: amor, conato, principio de fuego, soledades. No poder desnudarse es no poder abrir los ojos. Somos, aún, literatura cero. Si no somos escritos, el corazón hereje siente frío. Por eso, una vez, quise hacerte un poema. Una invocación a la vida o a la impaciencia…
¿Lo recuerdas?
Vivíamos sin dar paso al invierno, la niña de la cueva y yo. Llevábamos siempre leotardos y aún así, seguíamos con los sueños completamente helados. Pero al fin y al cabo: sobrevivíamos, al margen de otras cosas, y siempre dentro de la cueva, siempre, la niña y yo…
Las dos persistíamos en caminar muy despacio sobre la lana o la nieve del recuerdo. Y el recuerdo era fértil; porque paría otros recuerdos y toda la cueva era un desguace de vivencias-recuerdos y nosotras, debíamos caminar, esquivando los bultos, el hielo y las espinas que había derramado lo fiero de Diciembre, sobre nuestro suelo. Nos protegíamos del hielo prendiendo un fueguecito de palabras. Entonces, llegaban los poemas. Y las dos decíamos al unísono: ¡Entrad poemas! y los pobres poemas entraban en la cueva, completamente inconscientes de que tal vez nunca podrían salir ya de ella. Porque serían poemas para nutrir nuestra hoguera de palabras y nuestra soledad. Por eso, la mayoría de ellos eran quemados poco después de escribirlos, por lo inútil de servirnos para ninguna otra cosa.
Seguir leyendo «Día 21, December. «La niña de la cueva y yo»» →Escribir nuevamente el adiós necesario.
Con los pies, con las manos,
con tu nombre.
Olvidar el reproche
el cómo y el cuándo.
El por qué.
Saber que no has de volver
cuando te muerdan los dedos
tus soledades.
Reescribir mi verdad y pronunciarme.
Con mi voz, con mis labios, con mi nombre.
Y decirte un adiós tan sencillo
que nunca me duela.
No esperar a que pase el invierno,
ni a que brote la tierra
que me prenda de nuevo
a la rama del árbol.
Renacer del silencio,
de la piel del letargo.
Ahora,
en este preciso instante.
Pronunciando un adiós tan sencillo
que te borre sin llanto de mí.
Publicado en: «Mujer de aire»
http://mujerdeaire.blogspot.com.es/2012/03/un-adios-tan-sencillo.html
Capítulo dos, kilómetro cero, de estos nuevos pasos a tientas, por sendas de la esperanza. Mi vida; razón de Ser sin precisar creer en ti, se ha convertido ahora en el tema principal de mi inocente cordura. Caen los sueños que ayer fueran míos… ¡Qué alguien pare este mundo! para bajarme del aire y bailar en la oscuridad bebiéndome los sorbos de mi propio lamento…
Vivir: sin ya soñar despierta, caerme de bruces sobre la inocencia. Andar y no tener los mapas de este nuevo camino. Recuerdos… Trocitos de mi vida, días con alma de dicha, fotos con cara de felicidad. Luna vacía de Alejandría; tenías la calma de mi corazón mucho antes de que aullase bajo tu sombra, aquella loba- amante solitaria. Seguir leyendo «Día 19, December. «Mi vida, capítulo dos, kilómetro cero!» →
de John Collier
Y sí,
me he escrito desnuda
porque desnuda soy
y ya no es el frío.
Desnuda soy la voz
sin la niebla
ni la ausencia
ni el vestigio o el hálito del frío.
Desnuda, soy la piel
y por la piel, soy esta hegemonía.
Desnuda, soy un vestido
un «yo» sin abalorios
ni noches
ni poemas.
Soy,
todo lo que me obliga a ser
el cuerpo en la vivencia
de un yo
que ahora
es mío
por desnudo
Me hablabas de tu infancia de abandono, del olor y el motivo de la niebla. Me hablabas de la ausencia temprana de una madre, de gritos en la noche y la palma de la madre sobre tu rostro de niño. Hablabas de tu abuela paterna, que había viajado para cuidar de vosotros. Hablabas y eras tan capaz de imaginarlo todo; de ponerlo frente a ti en un orden conciso de secuencias. Hablabas y conforme lo hacías, seguías inventando y así fue como te hilaste a una historia a la que nunca perteneciste, a una vida que nunca fue la tuya. Trazaste, igual que un niño, el juego perfecto de tu mente; vitrales para un sueño donde nos desterraste, sin más, a los dos. Pero tanta imaginación, conduce al vértigo… Y yo que sólo te anhelaba, precisamente, fuera del riesgo de que tu amor pudiese hacerme daño, dejarme en la piel alguna herida nueva… Por eso, primero, habías decidido ser mi amigo.
Seguir leyendo «Día 17, December. «Me tienes a mí»» →Si vas a abrazarte al mar, debes rendirte azul. Si deseas fundirte con la lluvia, habitarás el agua. Si aspiras a ser beso, cerrarás los ojos, y serás primero labios. Si crees en los sueños, irás a por ellos. Si el amor en otra piel, lo sueñas auténtico y lo besas como el labio, lo nutres como el agua, lo amas, con la libertad del ancho mar, azul inmensidad, podrás tenerlo. Pero si solamente construyes una torre con naipes y el suelo que la alza, es de barro…
Si acaso estás besando, al amor verdadero con los labios, que pronuncian mentiras o pretendes tocarlo con los dedos que cuentas fracasos…
Si llevas un disfraz, que trata de ocultar tu estampa de hombre triste y ni siquiera tú, te amas…
Piensa, un ángel está mirando. Caerá el frío Diciembre sobre ti y sus primeras ventiscas, harán volar tus naipes. Su nieve caerá, reinando sobre el barro. Se vestirá su invierno de largo y te dejará sin máscaras, desnudo tu disfraz a la intemperie. Tu piel retomará la sed de los caminos. Querrás huir de todo y nada, será tu andanza el cansancio, Tu corazón de naipes, la senda que trazaste con las mismas manos de haber abrazado el mar, siendo el cartón mojado de una torre de naipes.
Fue lo que sucedió cuando llegó aquel Diciembre. Cuando tú, hombre de naipes, desapareciste y yo lloré tanto y tanto que, al fin, pude diluirme y ahora soy mujer de lluvia.
Respirarte y no estar o respirarme… Y volver a volar. Volar de vientos y arrogancias. Volar, de volar en calma. Y no volver a ese “ser y no ser” perpetuo y Shakesperiano que se repite y no cesa cuando regresas tú…. Respirar, descansar de ti en el aire. Pausarme y pausarte. No soñar, ni soñarte. No quererte en el olor de mi sueño, ni de mi duda, ni de mi duelo. No encontrarme con tu nombre a las puertas de mi alma. No quererte ya deseo, ya ni eso quiero vivo. Has sido y me has vencido. Y yo, que nada busco que no pueda encontrar, quiero seguir siendo como la avena silvestre. Quiero volar y hasta después de ti: ser como la avena silvestre, que busca amor de verdad en la espiga de la vida y del amar. En mi sueño ya me has roto mil veces. De pecados y de ausencias, has quebrado mi nombre. Qué cansancio me sigues provocando…
Regresas porque eres, como un sueño rapaz. Un sueño vigilia y desespero, que no se deja soñar. Me quiero libre de ti.
¡Libre, libre, libre!
Porque me duele la luz de invierno detrás de tus pupilas. Porque me duele la triste estampa que arrastras y esa piel que te vestiste para acudir al amor.
El amor es sólo vida… El amor, ¡Es sólo vida! Entonces sí, te hace libre.
Maldita sea, si esa que tú llamas «libertad»; sólo ha servido para vestir mi piel de nieve… Y yo, que había ido para besarte y hablarte de mi amor y tú, sólo supiste: temblarme el corazón, huir del fuego y de la hoganza, llover en mí de palabras que como el aire y el viento volaron sobre mi rostro.
Me quiero libre de ti: ¡Libre, libre, libre!
30 de Diciembre de 2013
“Cuaderno de Equilibrio” Inédito