EL MAR Y VOLAR

«El Mar y Volar»

Pequeños cuentos para entender la vida

A mi abuela María
y a todos los que saben soñar que vuelan…
Aquel día David estaba muy triste. Tenía la cara empapada y los ojos enrojecidos de tanto llorar por la abuela. 
Yo solo tenía nueve años, pero no lloré demasiado porque ella me había pedido que no lo hiciese. 
— ¡Vamos a jugar a volar!— le propuse a mi hermano.
— ¡No! ¡Yo quiero jugar a pistoleros!
— Pero...¡Yo prefiero volar como la abuela!
— ¿Y si me caigo?
— No vas a caerte. En realidad solo jugaremos a eso y será como si volásemos de verdad. 
— ¡Pero yo no tengo alas y sé que me caeré!
— ¡Sí que tienes!—le aseguré—. Lo que pasa es que no las ves. Ayer me dijo la abuela que cuando juegas a volar te crecen unas alas gigantes e invisibles.
— ¿Estás segura?— me preguntó sorprendido.
— Claro. Ella me lo contó justo antes darme un beso y marcharse al cielo. Después se durmió y voló hasta allí. 

Mi hermano sonreía...
—¿Sabes? Está dormida de mentira, como la bella durmiente.
— ¿No está muerta?... ¿No se ha dormido para siempre?
— ¡Nooo! Está despierta en el cielo. Se ha ido a vivir allí porque aquí le dolían mucho los huesos. Eso me dijo y también, que por las noches dormirá con los ángeles.
— ¡Ahh! Y...¿Allí no le dolerán los huesos?
— No, porque uno no pesa casi nada en el cielo. Es como los globos de la feria, que flotan en el aire. 
— Y, ¿por eso tú ya no lloras?, ¿porque sabes que la abuela no está dormida? 
— ¡Eso es! Y porque sé que está muy bien allí. Pero nosotros jugaremos a volar toda la tarde y después iremos a cenar para que mamá no se enfade ni esté triste.

   Aquella tarde estuvimos “volando” todo el tiempo por la casa: del patio al salón, de la cocina al cuarto y del balcón a la Luna. Cuando se hizo de noche estábamos exhaustos, pero no lloramos más porque la abuela no quería que lo hiciésemos y, además, aquel juego era súper divertido.  Así que a partir de entonces, volvimos a repetirlo cada vez que nos aburríamos y lo pasábamos en grande. 
Claro que David siempre llevaba enfundada la pistola y a veces la sacaba para pegar algún que otro tiro contra el viento…
  
 Al cabo de unos meses, una tarde en la playa, mi hermano vino corriendo con una gran caracola entre las manos. Cuando estuvo frente a mí, la acercó a mi oído y me dijo:
— Miraaa… ¡El mar también sueña que vuela cuando se queda dormido! Se ha metido en la caracola y suena igual que el viento.
— ¡Sí!—le respondí—. El mar también sueña que sabe volar, como nosotros y la abuela. 
     
                             Fin 

Alas y raíces

Ha sido establecido científicamente, que el abejorro no puede volar.
Su cabeza es demasiado grande y sus alas demasiado pequeñas para sostener su cuerpo.
Según las leyes aerodinámicas, sencillamente no puede volar. Pero nadie se lo ha dicho al abejorro.
Así es que vuela.

Cita de Paulina Readi Jofré

Un día, aquel que estaba a punto de marcharse vino y me dijo:

«¡Quiero ser libre!, ¡volar!

Sé, que para aprender a hacerlo se necesita un ángel o una mujer de aire. Pero hay que darles algo a cambio y yo, aún no tengo nada que ofrecer»

Me dio un beso y se marchó. Tan solo se giró, cuando le dije:
Para aprender a volar, primero, necesitas tener raíces. Saber de dónde vienes y a dónde quieres llegar. Ansiar tu libertad, buscar tu libertad, ¡amarla! y construirla al detalle, como un mago en el aire.

Hacer del corazón verbo y oficio.

Ser y no ser de nada, ni de nadie. Ser y, simplemente:

Sentir tus alas ¡contra el viento del Norte!, ¡la fuerza de tu estrella!

¡La fe de tus raíces sobre la Tierra!

Lo fui perdiendo en la distancia. No sé ni cuánto tiempo transcurrió. Tal vez pasaron décadas. Quizás vidas enteras. Hasta que un día, regresó.

Ya era un gran guerrero. Se había izado a la mar. Le dio la sal de sus lágrimas, la sed de su palabra.

¡Abrió su corazón, desnudo bajo el sol!

¡Voloooó!

Dejó una línea de azul insostenible quebrando el horizonte.

Quiso insolarse a cielo abierto. Sentir que estaba vivo, latiendo con su sueño corriendo por la sangre. Iba desnudo como un Ícaro, volando bajo un sol de medianoche.

Por sus heridas, entró el fuego y la Luz.

¡Se derritió!

De sus cenizas, surgió una nueva vida.

Había aprendido a amarse.

Pudo encontrarse y encontrarme, entre Venus y el sueño del aire.

Yo sentí que era Aire, era Fuego, Agua, Tierra, ¡Luna y Sol!

Era, ¡libre!

Un sueño hecho hombre y un hombre hecho Dios…

Se desnudó y me mostró sus alas. Me amó, jugando a ser mi espejo y sin palabras.

Ahora ya tenía lo más hermoso que ofrecerme…

¡La fe para sumar alas y libertades!

El don para poder: recomenzar el Aire

#kintsugilove #kintsugi #volar #poetryandlove
#selflove #soulmates #mujerdeaire

Como todo alguna vez se me ha hecho sueño…

Como todo alguna vez se me ha hecho sueño, hoy te digo, que esto nuestro no.
Esto nuestro, no es solo un sueño. Ni siquiera es simplemente un cuento de amor. Es una voz. Una voz que está viva y ardiente. Que sigue dentro de mí, que me habla con tu acento y que me dice:


—Estoy aquí, ¡Tómame! Soy yo…


Y te tomo y ya puedo empezar a dormirme serena, mientras tu voz, se acerca o se aleja, o se me pierde en el aire, y ya en mi sueño más profundo, empieza mi viaje a otro lugar…

Allí donde veo esas cosas que después no sé cómo explicar. Que no sé ni siquiera que nombre ponerles, así como tú una vez me contaste, que a ti también te sucedía y me dijiste; que cuando me pasara eso me mirara las manos, porque de ese modo podría saber si todo era auténtico, si estaba en ese mundo de verdad o solo era un invento de mi mente, o de mi sueño.

Entonces, cuando estoy allí miro mis manos. Las veo blancas, sin líneas en las palmas y eso me asusta demasiado y quiero regresar. Miro mis pies y van descalzos por el aire, miro mis brazos, mi piel sin vello, sin lunares, mi cuerpo desnudo… Nada me cubre, soy ligera, no tengo nombre y soy mi nombre de mujer.

No soy de ningún tiempo concreto y soy real, y todo es una senda por la que danzo, sin saber jamás hacia qué lugar viajo.
Veo colores que aquí no existen. Me inundo de un amor que aquí no vive. Lloro de amor por nosotros, pero sin lágrimas. Y al fin lo logro, me despierto. Me caigo de ese cielo, como quien cae en picado desde una cima, hasta lo más hondo de un valle. Y estoy de nuevo, simplemente aquí. Otra vez temblando. Abro los ojos, me levanto. Deambulo a oscuras por la casa, trato de hallar tu voz de nuevo en el silencio y si no la siento, te llamo, y surges a mi encuentro. Te cuelas por mi aliento, regresas a mí. Me cuentas que ese sueño, soy yo. Esa mujer sin tiempo

y, sin embargo, con tanta senda pendiente.

Y ya no puedo, dejar de pensar en ello. ¡No puedo! Volver a dormirme porque necesito comprenderlo todo. Me siento en mi escritorio, te escribo tal como lo estoy viviendo. Pienso: a quién si no es a ti, puedo contarle todo esto.
Porque ya nadie me comprende, ya nadie quiere creerme cuando les digo,  que tú no eres un sueño. Que existes y vendrás, porque estás en mí desde siempre. Y ahora más que nunca, vuelves a ser la voz que me acompaña.
 
Y ya no quiero, que digan mis amigos; que duermo poco y sueño demasiado despierta. Y que parece mentira, que siga siendo tan optimista. Que nunca te olvide, ni te desquiera. Que siga con mi humor alegre, aunque alguna vez bostece. Porque me tienen harta, de escuchar continuamente la misma retahíla.


Y es que amor, yo no quiero ser esa mujer de senda eterna. No quiero, que se me duerma esta vida, mientras ella vuela o me sueña. Yo no quiero, que se me duerma tu voz en esos silencios tan largos, donde la noche nos separa y viajo a ese lugar.
Por eso escribo tanto, y duermo solamente las horas necesarias. Para que descanse mi cuerpo y no se duerma mi vida. Porque ya dormí mucho de niña, y sé que volveré a hacerlo cuando estés aquí conmigo.

 
Como la primera vez en New York city, que llegábamos casi siempre tarde a los museos, de tan profundo que nos dormíamos, después de hacer el amor, otra vez, de madrugada.  
Como la primera vez de dejar que sí, que la vida nos soñara hasta las tantas por habernos rendido ya a todo, al amarnos de aquella manera. Y con el cuerpo cansado, solo dormíamos descanso sin volar a mundos raros, porque ese amor nuestro, nos amarraba con más fuerza que nada a la tierra y nos hacía olvidar, cualquier otro mundo de alma de aire.
 
Y luego frente al museo, ¿lo recuerdas? Nos hacíamos esas fotos, con pose de «chulitos» delante de la puerta, para que quedase constancia, de que habíamos estado allí, de que al menos, habíamos llegado hasta la puerta.
Para que mis amigos y los tuyos, siempre nos creyeran y supieran que todo entre nosotros era verdad. Para que ni tú ni yo olvidásemos, que todo sigue siempre siendo real. Que nuestras voces internas, están vivas. Nos son fieles, amantes, amigas. Nos acompañan. Nos entregan, aún, cuando estamos así de lejos toda la fuerza. Y solamente la noche y ese mundo paralelo nos desune, cuando mis manos o las tuyas son blancas y sin rallas.

Y yo, lloró de amor y tú, lloras mis lágrimas.
Y vuelvo a ser esa mujer de aire, que solo quiere despertar estar aquí en la tierra. Estar en ti sin senda, para que tú me sientas cerca y el camino sea, andar contigo.

Para que yo te sienta cerca y el camino sea: cualquier lugar del mundo,

al que lleguemos juntos.

Mayde Molina
Relatos «mujerdeire
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Fase 0_ Día 2_ Perdidos en el tiempo

Imagen1 tomada por David Ruiz de Gopegui, Ojos pirenaicos

Imagen 2 de la Palma, la Isla bonita, tomada en Enero de 2019 en un viaje maravilloso que hice a la isla

Recuerdo nuestro primer viaje al pasado. Habíamos estado muchas horas metidos en la máquina del tiempo.

Al fin habíamos llegado a algún lugar. Algo debía haber fallado en nuestros cálculos, porque no supimos exactamente dónde estábamos cuando empezamos a ver todo aquello a nuestro alrededor.

Una exuberante vegetación lo envolvía todo. Inhóspitos senderos se abrían camino entre los árboles, frente a nuestros ojos. Empezamos a caminar, dejando la máquina del tiempo atrás, sumergiéndonos de lleno en las entrañas de aquella jungla maravillosa. Sentíamos un calor sofocante, el grado de humedad era muy elevado y nos traía envuelto en el aire denso, fragancias a flores exóticas y a frutos tropicales.

No llevábamos guía con nosotros, estábamos completamente solos en aquel mundo que se parecía tantísimo a cualquier imagen de la selva amazónica que pudiésemos haber visto en un documental.

Era un lugar de maravillosas cataratas de colores, precipitándose sobre lagos cristalinos que reflejaban sus tonos. Pensamos que debían ser aguas sulfurosas, procedentes de antiguos volcanes.

Cascada de colores en el barranco de las Angustias, isla de la Palma

Un río muy caudaloso regaba ruidosamente el corazón de aquel paraíso. Era un lugar hermosísimo. De repente, nos vimos acorralados. Ya estaba oscureciendo, pero aun así pudimos ver sus rostros oscuros y aquellas flechas apuntándonos a escasos metros de nosotros. Levantamos las manos, sin atrevernos a mover ni un solo músculo más.

Parecía un pueblo primitivo, una civilización extraña o perdida que vivía en aquel rincón de la jungla ajeno completamente al resto del mundo.

Nos habíamos transportado dos mil años atrás en los arcanos de la historia del hombre, a aquel lugar tan inhóspito como hermoso . Lo habitaban unos humanos menudos que iban semidesnudos y nos miraban con los rostros perplejos, mientras seguían sosteniendo sus arcos alzados ante nosotros.

Dos de ellos se acercaron sigilosamente. Nos husmearon. Olisquearon nuestras ropas y tocaron extrañados nuestros blancos rostros con la yema de sus dedos. Empezaron a reírse, mientras nos seguían observando. Todos bajaron entonces los arcos. Debieron decidir que no representábamos una amenaza para ellos, porque nos llevaron a su aldea y nos dieron comida hasta que nos saciamos. Estábamos tan exhaustos que nos quedamos dormidos enseguida, conscientes de que ya no corríamos ningún peligro.

Convivimos unos días más con ellos; dormimos junto a sus hijos en el interior de sus endebles cabañas de paja, nos bañamos en los lagos también desnudos como ellos.

No podían parar de reír al ver nuestros blancos cuerpos dorándose bajo el sol. Los vimos pintarse el cuerpo con tintes vegetales rojizos y celebrar algo que nosotros no llegamos a comprender, danzando frente a una hoguera. Aun así, dejamos que nos pintaran la piel y contemplamos en silencio su rito.

Recuerdo que no necesitábamos palabras ni lenguaje alguno para comunicarnos con ellos. Parecía que leían nuestros pensamientos y que, sencillamente, querían ofrecernos todo lo que tenían porque éramos sus primeros huéspedes. Intuimos que podían «leer» en nosotros que éramos una simple proyección de su propio futuro.

Aprendimos mucho en aquel viaje al pasado. Nos habíamos hecho mucho más livianos. Porque allí no existían agendas, ni asuntos pendientes que ir tachando en una lista interminable a lo largo del día. Las horas transcurrían sencillamente, entre la frondosidad de un mundo verde y sin prisas. Aun así, pudimos apreciar que era una época de lucha, de instintos de supervivencia; trabajando de sol a sol las tierras, cultivando los frutos, las plantas medicinales, viajando por el río en aquellas sencillas canoas, en busca de nuevos horizontes donde poder asentarse.

Llegaba el momento de partir. Así que, tras despedirnos de ellos, subimos de nuevo a nuestra máquina del tiempo y en un largo viaje de retorno llegamos otra vez hasta el presente.

Nuestro artilugio del tiempo había sido simplemente un pequeño aeroplano, que nos había transportado de un salto a la prehistoria en un vuelo que habíamos tomado en Ecuador y que por un mal cálculo nos había hecho aterrizar muy cerca del corazón de la selva amazónica brasileña.

Aquellos hombres menudos, vivieron en nuestra memoria durante muchísimo tiempo. Aun así, seguimos, sin darnos apenas cuenta, anotando nuestras vidas en una agenda, mientras ellos debían seguir allí, perdidos en el tiempo.

Construyendo con sus pequeñas manos:

la historia de la humanidad.

Sonido de agua y pájaros, estudiar, meditar, mente en blanco, pensar, sonidos relajantes

¡QUÉDATE EN CASA!_DÍA 44_ RELATO…VENGO DE LAS ESTRELLAS_PARTE 3

Imagen de la red

No sé cuánto tiempo transcurrió…

Probablemente demasiado, pues apenas podía soportar el dolor. Sentía mi cuerpo magullado, sin fuerzas para oponer resistencia e inevitablemente: tuve que empezar a atravesar aquel estrecho túnel.

Pasé aún un largo tiempo encajado entre sus paredes, ni siquiera me atrevía a abrir los ojos, pero de repente, algo terriblemente frío se aferró a mi cabeza y empezó a tirar de ella, mientras yo iba perdiendo el latido acelerado de mi madre tras mi cuerpo.

Una luz cegadora, me estaba deslumbrando, a pesar de que mis ojos querían seguir cerrados. Aquellas palas, asidas a mi cráneo, me presionaban de tal manera, que ni siquiera era capaz de concentrar mi pensamiento.

Estaba anclado allí de tal forma y me dolía tanto, que apenas podía distinguir si el dolor era solamente en mi cráneo o se había extendido a todo mi cuerpo… En ese momento no tuve dudas. Tenía que salir de allí, escapar de aquella inmensa agonía.

Logré concentrar toda mi energía, pensé en la fuerza de mi estrella y en un último impulso: salí dejando atrás el ritmo de mis propios latidos. Me quedé flotando en el aire, tal como estoy en estos momentos, observándolo todo desde arriba.

Vi como seguían tirando de mi cabeza hasta que finalmente lo lograron. Habían sacado del vientre de mi madre, mi pequeño cuerpo ya sin vida.

Uno de los hombres lo cogió por las piernas, zarandeándolo con energía, mientras mi madre contemplaba la escena con la respiración entrecortada y el rostro inundado en lágrimas.

Nadie estaba haciendo nada por ella, solo había un hombre a su lado que le estaba cogiendo una mano con todas sus fuerzas. Todos los demás se movían nerviosos, tocando aquel cuerpo inerte del cual yo me había desprendido. Sentí que alguien murmuraba en voz muy baja: «¡Lo hemos perdido!» y al escuchar aquellas palabras, mi madre estalló en un llanto que me desgarró completamente.

Empecé a preguntarme, porqué si ella estaba sintiendo aquel dolor no escapaba de su cuerpo como yo mismo había hecho minutos antes.

Tuve que acercarme mucho para ver la bruma de luz azul que la rodeaba. Ya no era la misma que yo había visto mientras estaba al otro lado. Entonces me di cuenta de todo, no era su cuerpo ya el que estaba padeciendo aquel dolor, era su alma, su ser de luz… ¡Se estaba apagando!

El hombre, que antes le sostenía las manos, también lloraba apoyando su cabeza junto al rostro de mi madre. Le oí balbucear algunas palabras entrecortadas y entonces puede reconocer su voz. La había sentido muchas veces mezclada con la de mi madre. Era mi padre.

Sentí y vi con mis propios ojos todo lo horrible que se presentaba este mundo: metálico y frío, con aquella luz blanca y cegadora inundando toda la estancia en que nos encontrábamos. Nada era azul, ni había rastro de paz alguna  a mi alrededor. No me sentía capaz de vivir en un lugar así. Por eso creí que había llegado el momento de partir definitivamente de allí. Miré hacia arriba, invocando a mi estrella. ¿Dónde estaba ahora el camino de regreso?, ¿Acaso podría también mi madre venir allí conmigo?

Traté de hablarle en mi lenguaje sin palabras. ¡Vociferé, llamándola sin palabras! Pero ella no me oía o no entendía aquel lenguaje con en el que yo trataba desesperadamente de comunicarme con ella.

De repente, sentí una extraña fuerza que me atraía hacia su pecho y quise estar unos instantes junto a ella. Algo empezaba a decirme, que no podía marcharme de aquel modo, sin despedirme, después del largo tiempo en que había estado viviendo y desarrollando mi cuerpo en su interior.

Volví primero frente a mi pequeño cuerpo, vi un hilo plateado prácticamente imperceptible que me unía aún a él. Y en aquel momento, sentí un fuerte deseo de volver a tomarlo. De regresar, a pesar del dolor que pudiese causarme de nuevo la experiencia.

Me concentré pensado en aquella luz rosada tan hermosa, que lo envolvía todo cuando entré por primera vez. Reviví el amor de la aureola azul que el cuerpo de mi madre desprendía cuando la vi por primera vez, antes de entrar en su ser. Y entonces, pude sentir de nuevo una fuerte sacudida. Una corriente energética que me estremeció por completo. Sorprendido, me di cuenta de que ya no existía el dolor. Ahora solo sentía frío, mucho, mucho frío…

Empecé a mover mis pequeños brazos, aturdido. Alguien se abalanzó rápidamente sobre mí al percibir mis torpes movimientos. Me cogieron nuevamente por las piernas, palmeando esta vez con suavidad mi espalda.

Un aire espeso estaba penetrando a través de mi boca, llegando como una ráfaga hasta el centro de mi pecho. Algo se me quebró por un instante dentro y sentí como aquella punzada de aire clavada en mi interior, me hacía estallar en un poderoso llanto.

El hombre que me sostenía gritó al instante: “¡Está vivo!, ¡Está vivo!, ¡Es increíble!»

Me cubrió rápidamente con una tela muy suave. Me limpió la nariz y me puso sobre el pecho de mi madre. Abrí los ojos y pude ver su rostro y como de nuevo, empezaba a brillar aquella luz tan hermosa que lo rodeaba. Había dejado de llorar y ahora cobijaba tiernamente entre sus brazos mi cuerpo, mientras me besaba.

Sentí que mi padre también me tocaba; deslizando suavemente una mano por mi cabeza y cogiendo con su otra mano una de las mías, como si fuese el tesoro más grande del mundo.

Una oleada de amor me estremeció por completo, porque al silenciar mi llanto pude escuchar a través del pecho de mi madre de nuevo el latido de su corazón. Aquel sonido tan familiar que siempre lograba devolverme la paz y la calma.

Y entonces decidí quedarme allí para siempre y aprender a vivir al lado de su corazón. Finalmente comprendía lo que acababa de sucederme…

Había nacido en el mundo de los hombres.

Pasaron apenas unos minutos y me iba sintiendo cada vez mejor entre sus brazos. Y entonces; cerré los ojos y me sumergí perpetuamente en el olvido, perdiendo hasta hoy mis recuerdos, mientras lloraba y lloraba de frío, hasta que me quedé completamente dormido sobre su pecho.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ahora ya soy un anciano, con un cuerpo tan cansado y viejo que últimamente hacía que me sintiese demasiado torpe y agotado.

Recuerdo los sueños de los últimos días aquí en la tierra… Algo superior a mí me estaba pidiendo que descansara, que regresara al espacio donde el cuerpo ya no es necesario.

Hoy sé que cumplí la meta que me trazaron.

Aprendí a vivir en este mundo lo mejor que pude. He conocido la dicha intensa y el llanto amargo, el dolor y el placer pegado al cuerpo y al alma. He conocido a lo largo de mi vida hombres bondadosos y hombres terriblemente aferrados a sus egos. He tenido la suerte de tener muchos años conmigo al más fiel de los amigos: mi hermoso perro Sensei, el mayor maestro de amor incondicional que me ha acompañado, durante largo tiempo en esta vida.

He sido niño y hombre, amigo y no amigo, hijo y padre, amado y amante.

Sí, he tenido la dicha de ser amado y amante. Pero sobre todo he sido hasta al final de mi vida: la luz y la sombra de mi propio reflejo interno, aquel que nació en el alma de una estrella.

Ahora ya solo deseo volver junto a ella. No quisiera escapar esta vez del olvido, pero aún desconozco lo que va a sucederme.

Vuelven a pasar todas las imágenes de nuevo fugaces frente a mí…

Veo en una proyección inmensa toda mi vida. Pasan velozmente cada uno de los sentimientos y los seres, que me han acompañado en este camino. También las emociones que he vivido, los mejores recuerdos, los más bellos… La película más hermosa, que ahora puedo imaginar: la de mi vida, aquí en la Tierra. Y todo aquello que no desearía olvidar, sino llevarme conmigo para contarle a mi estrella.

«Cielo limpio» en Barcelona, imagen tomada al amanecer desde el Guinardó

Empiezo a regresar al sueño en el que vuelvo a ver a todas mis almas amadas: a mi madre, a mi amada esposa María, a mi querido y fiel amigo Sensei*, a mi estrella… Están todos conmigo.

Y yo me siento empujado por esa extraña fuerza del cielo que me obliga a salir del tiempo, de la carne a la que sé, que ya no pertenezco.

Sensei* en japonés significa maestro.

Aparece de nuevo el túnel frente a mí: su increíble y maravillosa luz, está inundándolo todo. Primero rosada, luego color oro y allí al final del camino, al fondo del trayecto…

Azul, intensamente azul índigo…

Hoy es viernes de un día de la Era de Acuario. Sé que está reinando piscis en el cielo estelar, el último signo del camino del alma. El final de la rueda.

Todo es azul de nuevo. Índigo, como el lugar al que pertenezco y al que estoy regresando en un largo sueño, flotando entre nubes de brumas azules y doradas esperanzas…

de reencuentro.

Fin
Akaal – Ajeet Kaur (feat Trevor Hall) – with lyrics english/french
El amanecer del alma
Om mani padme hum

Con este largo relato, que viene de mi mundo de sueños lúcidos, he deseado hacer un homenaje a todos aquellos que se han marchado y se están marchando de esta Tierra que conocemos, como consecuencia de la Pandemia que ahora estamos viviendo. Y también a cada uno de su amigos y familiares; con el deseo por mi parte de que puedan de alguna manera consolarse, al comprender que TODOS venimos de las estrellas y que el regreso a ellas, cuando decidimos marcharnos, es infinitamente hermoso.

Muchas Gracias, a todos los que os habéis acercado a leer este relato de la vida y la muerte.

En realidad, siento que todo es mucho más sencillo de lo que imaginamos y recreamos tantas veces en nuestras mentes.

Regreso a la primera cita del relato, para despedirme ya de vosotros…

“Los pasos que damos en la vida, son el sentido de nuestro camino

y el camino que recorremos es lo que da sentido a nuestras vidas.

Somos viajeros del tiempo regresando a la Tierra…

Venimos de muy, muy  lejos. Venimos de las estrellas.

Somos esencia divina, viviendo una experiencia humana.

Caminando sobre la Tierra para aprender a ser humanos.

Pero eso solo podemos lograrlo siguiendo el único camino verdadero:

el de nuestro corazón.

Caminando con firmeza, con impecabilidad sobre la Tierra,

y poniéndonos al servicio y haciendo del corazón:

el verdadero oficio”

MM

¡Quédate en casa!_día 44_ relato…Vengo de las estrellas_parte 2

Imagen de Pintarest

Según fui comprendiendo; allí debería vivir primero en una madre para luego crecer fuera de ella y transformarme poco a poco en hombre.

Recuerdo que empecé a preguntarme, cómo sería ser un hombre y si acaso no iba a ser demasiado doloroso vivir esa experiencia de estar tan solo y tan lejos del cuerpo de mi estrella. 

Pronto supe que no iba a estar tan solo. Me contaron que allí había millones de seres como yo, y que aquel lugar hacia el que yo me dirigiría era un planeta muy rico, pero agotado y ensombrecido día tras día a causa de que los seres que lo habían ido habitando no habían respetado la armonía de su naturaleza y generación tras generación, en el transcurso de los tiempos, se había ido destruyendo en gran parte su riqueza.

Contaban que allí existía un sentimiento profundo que no se vive en el cosmos. Lo llamaban dolor y todo era confuso en él. Reinaba el miedo y la soledad en los seres que así se sentían y que incluso la mayor parte de ellos, que procedían de cuerpos estelares como el mío, se inundaban en ese dolor al haber perdido completamente sus recuerdos al llegar a la tierra,

Supe también, que allí las personas, a menudo se sentían solas y extrañas, que no veían la luz, ni crecían dentro de ella. Que todo era bastante contradictorio, que se vivía en los extremos del sentimiento, de la razón, de la mente, del corazón y de los egos.

Había hombres que amaban intensamente y se entregaban a una vida noble y otros que, sin embargo, vivían confundidos entre el odio y la desesperanza y hasta llegaban a matarse entre ellos alimentando la maldad y la venganza, sin averiguar nunca lo que buscaban con aquello.

No cesaba de preguntarme, cómo viviría yo en aquel lugar, quien iba ser mi nueva madre, aquella que me iba a dar una vida nueva, tan diferente a la única que yo conocía hasta entonces. Pero, sobre todo: cómo iba a poder reconocerla y encontrarla, en aquel mundo que, a mis ojos, parecía tan extraño.

Recuerdo que pensé, si acaso debía tener ella una luminosidad azul tan hermosa como la de mi estrella.

Estuve bastante triste unos días antes de marcharme, pues todo cuanto necesitaba era la luz de mi estrella. Viviendo y siendo parte de aquel cuerpo de luz y polvo cósmico era donde desde que tuve memoria de ser, yo había aprendido a fluir; presente y consciente en la totalidad, en la paz absoluta que mi estrella se había proporcionado siempre.

Fue un larguísimo viaje, sí. Pero no tuve ninguna duda cuando al fin la encontré. Había soñado con su imagen, tuve una visión clara: vi su rostro humano, sus ojos brillantes y una bruma azulada que la envolvía, del mismo modo que una nebulosa azul rodeaba a mi estrella, cuando yo me separaba de ella para contemplarla en la lejanía.

Sé que estuve un tiempo distante de ella, simplemente observándola. Hasta que un día, mientras soñaba, me vi arrastrado de una forma casi mágica hacia su cuerpo. Sentí una fuerza increíblemente poderosa y me encontré de repente en el umbral de un largo túnel rosado. Empecé a sentirme en él blando, cálido y muy dichoso.

Cuando pude darme cuenta, ya había traspasado la barrera que nos separaba y me encontré viviendo en el interior de su ser, de su útero, de su cuerpo de carne, huesos y luz femenina, como la de mi estrella.

Poco a poco, envuelto en aquel pequeño mundo de calor y sensaciones, iba creciendo mi pequeño cuerpo humano.

Imagen de Teresa Salvador, «Fábulas» en Flickr
¡Me gustan las flores!

Empecé a abrirme a los sentidos, aprendiendo a controlar los movimientos de cada uno de mis miembros. Cuando agitaba los brazos, para acercarme las manos hasta la boca y llenarla con mis dedos, en ese afán de chuparlos, sentía un placer inmenso. Sí, eso me gustaba muchísimo.


Imagen de la red

También movía con fuerza las piernas y daba patadas a las paredes blandas que me rodeaban, así probaba probar mis propias fuerzas y cómo mis pequeñas habilidades iban desarrollándose día tras días.

Intuía que a ella le gustaba sentirme jugando, en continuo movimiento. Y yo podía percibir, a través de aquellas paredes de carne, músculo y piel que físicamente nos separaban, el calor de sus manos palpándome a mí.

Y allí complacido, con la boca llena de dedos, la escuchaba hablar a menudo y a veces hasta tatarear una musiquilla que me encantaba, porque me serenaba hasta hacerme caer en un sueño dulce y profundo.

Aprendí más adelante a agudizar mi oído, para apreciar mejor cada matiz del más grande de todos los sonidos: el de su corazón. Su sonido me volvía a transportar a la calma sencilla del Cosmos y con el tiempo, pude llegar a sentirlo con más intensidad que el mío propio. Fui conociendo sus ritmos, porque escuchando aquellos latidos podía percibir muy bien, cómo mi madre se sentía. Y así, si ella descansaba, si no sentía yo ningún movimiento, trataba también de dormirme, en la paz de sus latidos.

Era entonces cuando podía empezar a comprender la vida que ella vivía en ese mundo. A través de mis sueños y no de mis sentidos. También solía viajar desde ellos, de nuevo, hacia la luz de mi estrella. Era un viaje sin cuerpo, sin otro deseo que el de seguir viéndola día tras día, aunque fuera solamente por el breve tiempo que durara mi sueño. A él llegaban también, los maestros de la luz y me contaban cada vez más detalles acerca de mi presente y de cómo iba a desarrollarse todo conforme yo estuviese preparado para ello. Me dijeron que debería abandonar el cuerpo de mi madre y vivir con el mío propio, fuera de aquel tierno espacio que entonces ya era mi único mundo.

Un día al despertar supe que no podría permanecer demasiado tiempo más allí. Apenas tenía sitio para moverme. Ese día, lo reconozco, tuve muchísimo miedo. Un miedo que jamás antes había sentido y me acurruqué, escondiendo la cabeza entre mis brazos, escuchando su latido para recogerme aún más en mí mismo, para no ocupar demasiado espacio, ya que yo no me sentía aún seguro para abandonar aquel lugar que era para mi tan amoroso y placentero.

Me había acostumbrado a jugar con el agua tibia que me envolvía. Intentaba atraparla con mis manos, con mi boca, entraba y salía de ella, se escapaba hacia dentro y cuando en mi torpeza, me la tragaba, me divertía sintiendo como recorría todo mi cuerpo.

Pero un día, mientras dormía, me despertó su latido extrañamente acelerado. Por primera vez sentí, cómo empezaban a oprimirme las paredes de mi casa con una fuerza casi insoportable. Todo temblaba a mi alrededor. Tuve tanto miedo, que empecé a luchar contra aquellas paredes que entonces me parecían hostiles y extrañamente contraídas. Di varios golpes con insistencia y de repente una fuerte sacudida me bloqueó. Sentí como perdía mi agua, me agité inquieto buscándola, pero ya nunca más pude recuperarla.

Algo se había quebrado bajo mi cabeza y me veía cada vez más impulsado hacia ese precipicio que se abría sin remedio ante mí. Apenas sentía ya fuerzas para resistirme. En un momento de breve quietud, pude sentir como mi madre gritaba asustada, estaba llamando a alguien, mientras todo se nublaba en mi mente.

Entonces, pude ver el fondo de mi casa quebrándose bajo mi cabeza, mientras esa fuerza aplastante me empujaba hacia el hueco que acababa de surgir frente a mí.

Continua en el siguiente post…

Imagen de la red

Regresando a casa

¡Quédate en casa!_día 44_ Relato…Vengo de las estrellas_parte 1


Obra de Manuel Luna, óleo pintado sobre lienzo: «La carga que tanto pesa» e Imagen de Sirio, tomada de la red

“Los pasos que damos en la vida, son el sentido de nuestro camino

y el camino que recorremos es lo que da sentido a nuestras vidas.

Somos viajeros del tiempo regresando a la Tierra…

Venimos de muy, muy  lejos. Venimos de las estrellas.

Somos esencia divina, viviendo una experiencia humana.

Caminando sobre la Tierra para aprender a ser humanos.

Pero eso solo podemos lograrlo siguiendo el único camino verdadero:

el de nuestro corazón.

Caminando con firmeza, con impecabilidad sobre la Tierra,

y poniéndonos al servicio y haciendo del corazón:

el verdadero oficio”

MM

Obra de Manuel Luna, óleo sobre lienzo: «El poder del olvido«

Tengo 84 años y ayer mismo, me atropelló una furgoneta en la calle a solo unos metros de mi casa. Estaba distraído y cruce sin mirar, cuando de repente sentí una fuerte embestida me tiró al suelo frenando en seco sobre mi cuerpo. Creo que se me rompió la pelvis y tal vez alguna costilla porque sentí un dolor tan fuerte, que me desmayé perdiendo completamente el conocimiento.

Hoy, al despertar en este cuerpo maltrecho me he dado cuenta al fin de todo y he estoy tratando de escapar de él, para no sentir más el dolor de la carne y de los huesos rotos, que a pesar de los calmantes se me hace ya insoportable.

Cierro los ojos llenándome de paz al despertar de este sueño que me ha llevado, otra vez, al lugar del que procedo. Creo que hace apenas unas horas que han empezado a volver a mí los recuerdos, y ha sido mientras estaba viendo cómo los médicos manipulaban con sus instrumentos mi viejo cuerpo herido y fracturado, ahí abajo. Sé que esta vez, hagan lo que hagan no voy a regresar.

Me siento flotando en el aire de un frío quirófano hospitalario. Y resulta  gracioso pensar que hacía ya 84 años, que no estaba en un lugar como este…Empiezo a serenarme observando cómo transcurre rápidamente, el tiempo que falta para que al fin pueda marcharme.

Estoy viendo maravillado, con una lucidez absoluta, todo aquello que durante tantos años quise saber. Y ese poder que trae hacia mi ser el recuerdo más antiguo, me permite aniquilar todos los miedos que un hombre siente ante la muerte. Ahora comprendo muy bien, que si el ser humano supiese que en las horas que preceden a su fin regresa a la memoria absolutamente TODO ese miedo que construye a lo largo de su existencia no tendría ningún sentido.

He visto con imágenes y sensaciones a flor de piel, como si de una película proyectada velozmente frente a mí se tratase,  todo cuanto me ha sucedido en estos 84 años de vida en la que ya he pasado por ser niño, hombre y finalmente anciano.

Me he visto llorando, con millares de lágrimas de sal, en el calor del recuerdo que me trae la imagen de María y en el sentimiento profundo que, en mi ser, ella siempre ha despertado.

Mi esposa, María; sus ojos, chispas de vida, sus caricias, su dulzura, tan encargada de despertar en mí el más intenso de los placeres que un hombre puede vivir aquí en la tierra: el sueño del amor realizado.

Y acaso aún me tiembla la arrolladora fuerza de ese amor suyo en la carne, como si fuese  todavía posible, que después de tantos años en mis labios, permanezca aún la esencia de todos los besos que ella me dio. O que permanezca en mi mente, el recuerdo de su voz; como una caricia que en el aire ha seguido cobijándome día tras día, cuando después de 15 años de no tenerla a mi lado no he dejado de pensar en todo cuanto los dos hemos vivido juntos en este mundo.

Iba soñando despierto, como casi siempre, cuando me atropellaron. Sí, María…¿Por qué no iba a reconocerlo? Miro ahora hacia arriba, allí donde quiera que esté y sonrío pensando cuánta razón tenía cuando me decía: «Siempre andas en las nubes… Tan despistado por la calle que un día tendremos un disgusto».

Pienso también ahora qué suerte que se marchase primero ella pues conociéndola, hubiese sido mucho más duro vivir aquí sin mí para ella.

Más allá de mis recuerdos como hombre me he ido viendo tiernamente en el niño de mi primera infancia, jugando a los juegos que me enseñaron a Ser; creciendo frente a los ojos de mi madre, regocijándome en la risa y en esa felicidad de la inocencia y del florecer de los sentidos. Del vivir tan solamente para el juego, para el mágico instante presente del ahora. Ese es el don de ser niño, ¡Qué triste que a menudo lo perdamos al hacernos adultos!

Sé, que cada uno de esos momentos que viví dentro de mi niño,  fue sumamente importante en mi camino. Y completamente necesario en mi aprender desde la infancia el sentido que iba a tener para mí, ser por primera vez hombre en un mundo donde todo era algo extraño; tan material, tan denso y repleto de dualidades.

Creo que siempre intuí, que por debajo de mis estrellas existían otros lugares lejanos. Mundos en los que el tiempo transcurría a otro ritmo muy diferente al que yo conocía antes de venir aquí.

Hoy he vuelto a recordar que nací en una estrella, en una galaxia muy lejana a este sistema solar. Sí, ahora ya sé que yo vine de un cúmulo abierto de la constelación de Canis, la que contiene a la hermosa estrella Sirio.

El polvo cósmico que envolvía mi grupo estelar desprendía un halo azul que llegaba a transformarse en una nebulosa lila, incluso a veces rosada o roja. De hecho, mi pequeño grupo estelar estaba siempre en continua y maravillosa transformación. Ese fue mi primer hogar, del que surgió mi verdadera esencia hace eones y eones de años.

Había a mí alrededor muchísimos como yo, infinidad de cuerpos estelares habitados por seres de energía y luz como la mía. Desde allí los observaba, fundiéndose en armonía con el cosmos, adoptando incluso la apariencia, la luz y el destello cambiante de las formas estelares que los cobijaban.

Había en mi cielo, estrellas rojas, amarillas, azules, nebulosas doradas, rosadas, todas ellas con matices de colores que jamás pude ver aquí, en este mundo. Aunque siempre el azul, acaba predominando por encima del resto de los tonos.

Moraban allí, junto a nosotros,  unos maestros de luz inmensa, unos sabios; aquellos que mediante su energía nos protegían y nos enseñaban a permanecer en armonía con el cosmos, con el señor de los cielos, que reinaba más allá de las galaxias y de los cuerpos estelares.

Moraban allí, junto a nosotros,  unos maestros de luz inmensa, unos sabios; aquellos que mediante su energía nos protegían y nos enseñaban a permanecer en armonía con el cosmos, con el señor de los cielos, que reinaba más allá de las galaxias y de los cuerpos estelares. Ellos fueron los que me dijeron que debía emprender un largo viaje hacia otro mundo, durante el transcurso del cual se borraría de mi memoria el recuerdo de todo cuanto antes había sido mientras estuve allí.

Un día pronunciaron su nombre, aquel lugar se llamaba “La Tierra», era un planeta azul y verde que estaba en una galaxia muy lejana a la mía.

Continua en el siguiente post…

Imagen de la Tierra obtenida en la red

Viaje por el Universo

¡Quédate en casa! Día 41_ La escuela de la vida

Un sueño lúcido…
Yo sé que, a veces, cuando sueño viajo a lugares secretos que me enseñan la verdad de otra realidad…

Color of Nature, imagen de Wendy Mamattah en Pintarest

Hace un tiempo, tuve un sueño bastante extraño, que hoy os quiero contar…

Yo estaba en una habitación vacía, completamente sola, esperando a que llegase alguien. Era una sala blanca y diáfana, con una gran pizarra situada al fondo y unas sillas dispuestas a lo largo de ella.

Cuando llevaba un rato allí esperando, llegó un hombre vestido con una túnica roja, como si se tratase de un monje tibetano. Iba descalzo y su mirada limpísima me traspasaba, conforme se iba aproximando a mí.

Nada más entrar él en aquella estancia,  sentí cómo me embriagaba una sensación de paz inmensa y recordé porqué estaba en aquel lugar y  a qué había ido exactamente. Aquel hombre iba a revelarme todo acerca de la vida. TODO cuanto yo quisiera preguntarle o necesitase saber.

No hablábamos el mismo idioma, por eso él empezó a dibujar símbolos y unos dibujos maravillosos sobre la pizarra, cuyo significado yo podía comprender poniendo solamente un poquito de imaginación.

Y una por una, él fue respondiendo a todas mis preguntas. Imagino que las típicas que nos hacemos la mayoría de los mortales, ¿Verdad?

¿Qué hacía yo aquí, en este lugar, en este mundo y en este ahora?

¿Era bueno o no tan bueno soñar?

Soñar hasta cuando sabes que estás despierto. Soñar a cada momento y sentir que vives perpetuamente soñando…

¿Y por qué el amor iba y venía y a veces te lastimaba y otras, sin embargo,  te hacía sentir el ser más dichoso de este mundo?

O ¿Por qué seguía yo, año tras año en mi trabajo si ya no había nada allí que me hiciera sentir  mínimamente útil o feliz?

¿Cuál era la razón de que el ser humano, se implicara tantas veces en cosas que no deseaba realmente con el corazón?

Y ¿Por qué en algunas ocasiones cometíamos tantas maldades, cuando nos habían enseñado a ser desde niños buenas personas?

Pero sobre todo…

¿Cuál era nuestro camino o muestra “misión”, sí es que había aquí “misiones” que cumplir?

¿Y por qué algunas veces nos costaba tanto levantarnos, después de algún fracaso? ¿Después de fallar en algo que confiábamos que debería habernos salido bien?

Por qué después de tanto tiempo yo aún no comprendía casi nada del sentido de esta vida. ¿De mi propia vida?

¿Y de qué lugar venimos y hacia dónde vamos?

Si es que nos dirigimos todos hacia el mismo lugar…

Al mismo lugar los tristes que los alegres, los pobres que los ricos, los poetas que los escritores, los músicos que los ladrones, los abogados que los médicos, los que hablan de que los que callan, los que hieren que los que aman, los que matan,  los que salvan vidas, los que sufren, los que padecen, los que entregan, los que florecen, los que gozan…

¿Hacia dónde íbamos cada uno de nosotros?

¿Qué cielo nos estábamos ganando aquí en la Tierra?

Imagen del pirineo aragonés, Valle de Plan, tomada por mí misma

Si es que había, algún cielo que ganarse o que perder.

Aquel hombre, tuvo una santa paciencia conmigo. Recuerdo que estuvimos “conversando” toda la noche, mientras yo dormía sobre mi cama.

Y me sentía inmensamente feliz de saber por fin las respuestas a mis eternas preguntas, aquellas que había empezado a hacerme ya desde que era una adolescente. Una a una, por fin se iban desvelando frente a mis ojos. A veces mediante símbolos que él trazaba en la pizarra, otras a través de aquellos dibujos maravillosos y llenos de vida que plasmaba con sus tizas de colores.

Recuerdo que hasta tomé algunos apuntes para no olvidarme de nada. Como si estuviese de nuevo en la escuela. Porque en ese sueño, aquella sala era:

la Escuela de la Vida.

Pero, ¿sabéis? Lo más terrible fue que al despertarme, no pude recordar apenas nada de lo que él me había explicado tan detalladamente.

Traté de concentrarme mucho, pero fue inútil. La pizarra de mi mente se había quedado prácticamente en blanco. Y mi libreta de apuntes era solamente un objeto perdido en  aquel extraño sueño.

Sí pude recordar,  la presencia y la fuerza de sus ojos entrando en mí,  durante todo el tiempo que estuvimos juntos, mientras él había ido leyendo cada uno de mis pensamientos y de mis dudas.

Recordé también, después de mucho esfuerzo,  aquel momento en que cuando yo le había preguntado acerca del mundo de los sueños, por qué yo soñaba tanto y si eso era bueno y conveniente, sí estaba bien soñar…

Una sonrisa inmensa se había apoderado de su rostro y  sus ojos se habían empezado a iluminar, mientras dibujaba en la pizarra un inmenso arco iris y unos niños que estaban jugando por delante de él, en un gran prado. Y detrás del arco iris, esos niños eran ya hombres, pero con las mismas caras de los niños que estaban jugando por delante del arcoíris.

Yo estaba allí también plasmada en aquel cuadro que él había pintado sobre la pizarra, y me vi en la cara de una niña que jugaba sentada en la hierba con su muñeca y en también en la cara de una mujer que iba  caminando hacia algún lugar detrás del arcoíris, junto al resto de los hombres.

Hoy quiero pensar que aquel hombre tan sabio de mi sueño, pretendía hacerme comprender a través de aquellos hermosos dibujos: ¡Qué sí!  Que soñar es algo bueno y necesario. Y hoy me atrevo a decir:

Qué es bastante bueno es soñar!

Imagen de Henry Perdomo, en Pintarest

Porque al menos, a través de nuestros sueños, podemos llegar a atravesar el arcoíris, a llenarnos de vida, de luz,  de color y seguir siendo niños eternos.

No puedo recordar tampoco, en qué lugar del cuadro de su arco iris estaban situados los niños y los hombres que no soñaban, los que no se atrevían a hacerlo.

«Mujer de aire», imagen de Teresa Salvador «Fábulas» en Flickr

«La Pasión hace nueva a la vieja medicina:

la Pasión corta la rama del cansancio.

La Pasión es el elixir que renueva:

¿cómo puede haber cansancio

cuando está presente la pasión?

oh, no suspires con pesadez por la fatiga:

¡Busca la Pasión, búscala, búscala!

RUMI  

A Gift Of Love
Rumi Poems| Peaceful music| Sufi |Deepak Chopra/Madonna/Anandmurti Gurumaa

¡Quédate en casa!_día 40_ el mar y volaaaar

Hoy, según mis cuentas, hemos llegado al día 40 de esta cuarentena y yo quería hacer un homenaje a todos los mayores que se han marchado a causa del Covid 19.
Y también a todos aquellos ancianos que están viviendo esta cuarentena en soledad, lejos de sus nietos y de sus seres queridos.
Y por supuesto también a todos los niños que están siendo verdaderos héroes, aprendiendo a volar y a soñar desde sus hogares.
Por eso, hoy este relato de mi infancia es para todos y cada uno de ellos.

Imagen «Granito de sal» de Teresa Salvador, «Fábulas» en Flickr

«A mi abuela María

y a todos los que saben soñar que vuelan…«

Aquella tarde mi hermano David, estaba muy triste. Tenía la cara empapada y los ojos enrojecidos de tanto llorar por la abuela. Yo solo tenía nueve años, pero ya no lloraba, porque ella me había pedido que no llorásemos demasiado.

Bueno, en realidad si que lloré un buen rato. Pero me sequé las lágrimas antes de ir a buscarlo a él para arrancarlo de las faldas de nuestra madre.

_ ¡Vamos a jugar a volar!_ le dije sonriendo a mi hermano.

_¡Pero yo no quiero jugar a volar!_me dijo él_ ¡Yo quiero jugar a pistoleros!

_¡No, a mí no me gusta jugar a eso!_le dije_ Yo quiero volar, como la abuela.

_ ¡Pero yo no quiero volar, que me caigo!_dijo él protestando.

_ No te caes_le dije yo_ En realidad solo sueñas que estás volando y entonces es como si volases de verdad.

_ ¡Pero yo no tengo alas y sí que me voy a caer!_reiteraba él convencido.

_¡Sí tienes! ¡Lo que pasa es que no las ves!_le dije yo_ Ayer me lo dijo la abuela; que cuando juegas a que vuelas, sueñas que vuelas y entonces tienes alas y ya nunca te caes.

_ ¿Estás segura?_me preguntó él.

_ ¡Claro! Justo ayer, ella lo dijo antes de irse al cielo y darme un beso. ¿Sabes?La abuela se puso a jugar a que se dormía para empezar a volar. Después se quedó dormida de mentira, como la bella durmiente, pero todos han pensado que ella está dormida para siempre.

_ ¿Y no está dormida para siempre?_me preguntó él sorprendido.

_ ¡No! _le dije sonriendo_ ¡Está despierta! Lo que pasa es que se ha ido a vivir al cielo. Se puso a soñar que volaba muy alto y así, se fue al cielo. Y se ha quedado allí a volar para siempre, porque aquí le dolían mucho los huesos.

_ ¿De verdad?_me preguntaba él.

_¡Sí! Eso me dijo ayer, antes de marcharse y que por las noches dormiría junto a los ángeles. Por eso no he llorado como mamá, porque sé que ella está en el cielo y que está muy contenta de estar allí.

_ ¿Y allí ya no le duelen los huesos?_preguntó él sorprendido.

_ No, porque allí el cuerpo no pesa nada. Es como los globos de la feria que cuando vuelan, no pesan. Pero nosotros solo jugaremos “a volar” un ratito y luego vendremos a cenar para que mami no se enfade y no esté triste.

_ ¿Por qué aun no nos duelen los huesos como a la abuela?_ me preguntó él sonriendo.
_¡Claro, por eso! _ le respondí yo.

Y aquella tarde estuvimos “volando” todo el tiempo por la casa. Fuimos del patio al salón, de la cocina al cuarto y del cuarto hasta la luna.

Cuando se hizo de noche, estábamos exhaustos y no habíamos llorado nada. Porque la abuela no quería que lo hiciésemos y además jugar a volar era muy divertido. Así que a partir de aquel día, cada tarde cuando estábamos aburridos jugamos a volar y lo pasábamos en grande. Claro que David siempre llevaba enfundada la pistola y a veces la sacaba para pegar algún tiro contra el viento…

Al cabo de unos meses, una tarde en la playa, mi hermano vino corriendo hacia mí, con una caracola grande entre las manos y me dijo sonriendo:

_ ¡Mira, tata! ¡El mar también sueña que vuela! Se mete dentro de las caracolas y suena como el viento_ y se puso la caracola en el oído, después de decirme eso.

_ ¡Sí!_  le dije yo_  El mar también sueña que vuela, por eso siempre se ve azul como el cielo y suena como el viento rugiendo dentro de las caracolas.

Caracola, imagen de la red

Rumi ♡ – Say I Am You…

¡qUÉDATE EN CASA Y LEE UN CUENTO QUE TE HAGA VOLAR…!

LA CASA DEL VIENTO

La casa del Viento, Relato narrado

Se había levantado caminando de puntillas, tarareando una musiquilla para si misma como cuando era niña. Tuvo la sensación de que empezaban a quedar atrás aquellos días de tristeza que habían estado atormentándola desde que él se había marchado. Volver a despertar en aquel lugar era como una liberación para el espíritu. Una sensación de auténtica armonía al reencontrarse con los recuerdos de la infancia, con la quietud de la montaña, escapando de los días grises que en la ciudad se solapaban haciendo que todo pareciera siempre tan monótono.
Pero aquel fin de semana iba a ser diferente porque había regresado, después de mucho tiempo, a la casita de la montaña. El lugar donde sus padres veraneaban.

A Lucía le encantaba conducir por aquellos caminos, se sentía feliz y segura. Avanzaba veloz con la ventana bajada, sintiendo como el aire golpeaba su rostro. Aún habían rincones cubiertos por las últimas nieves y la luz del sol, penetraba a través de las sombras descubriendo aquel bosque que empezaba a despertar del largo letargo del invierno.

Aquella mañana se respiraba un frescor diferente, crecía un rumor a su alrededor y una brisa muy suave, como de primavera, se enredaba entre las ramas casi desnudas de los árboles. Era como si todo se preparara para la llegada de la primavera y esa mañana de febrero se podía sentir su aroma flotando ya en el aire.

Lucía, paró el coche en un claro soleado del bosque para que sus hijos jugaran. Empezó a correr tras ellos intentando atraparlos, pero se escabullían retorciéndose entre risas porque ella jugaba a que nunca los alcanzaba. Ya cansados de jugar, se sentaron en la hierba para desayunar. Después caminaron hacia un mirador que quedaba allí cerca y recogieron piedras pequeñas del suelo para tirarlas al vacío.

Aquel mirador era el lugar favorito de su infancia, el escondite secreto donde con sus amigos pasaba las horas buscando fósiles, tirando piedras al vacío y gritando muy fuerte, sus nombres contra el eco de las montañas.

“La casa del viento”, así habían llamado a aquel lugar desde niños. Una casa abandonada, sin puertas ni ventanas donde circulaba siempre el viento a su antojo y el valle, se vertía bajo sus pies inmenso y solitario.

Recordó el día en que habían encontrado allí mismo un muerto tirado sobre la hierba; un ajuste de cuentas, un preso acuchillado que alguien había abandonado, sin compasión alguna, en el mirador, justo a los pies de la casa.

Desde entonces la gente empezó a llamar a aquel lugar “La casa del hombre muerto”, pero para Lucía y sus amigos siguió siendo siempre la casa del viento y ellos regresaban a escondidas de sus padres, que ya no les permitían volver allí como antes.

Lucía estaba sentada cerca del borde del mirador con sus hijos, contándoles aquella historia, cuando de repente vio que subía un coche por la carretera. Llevaba algo enorme de colores amarrado sobre el techo. Era un ala delta.

Se emocionó al instante relacionando aquella visión con la aventura de un día de su infancia. Se levantó rápidamente, cogió a los niños de la mano y se los llevó hacia al coche mientras les decía:

– Hoy es nuestro día de suerte chicos… ¡Vais a ver volar!

De niña, subía en bicicleta con sus amigos por aquellas carreteras, aunque por aquel entonces no estaban aún bien asfaltadas. Solían inventar que eran los protagonistas de la pandilla de una famosa novela juvenil llamada «Los Cinco».

Un día, mientras estaban en el mirador de la casa del viento planeando nuevas aventuras, vieron como subía una furgoneta grande por el camino de tierra. Llevaba un ala delta amarrada sobre el techo y se dirigía hacia el montículo que quedaba frente a ellos. Uno de los chicos se levantó diciendo: “¡Vamos a ver lo que hacen!”. Y cogieron todos sus bicicletas y se pusieron en marcha pedaleando con fuerza.

Aún no imaginaban, que iban a contemplar cómo alguien se lanzaba al vacío con aquel gran pájaro de colores.

Por fin llegaron sin aliento al montículo y allí se encontraron con unos hombres bastante jóvenes desplegando el ala delta sobre el suelo, preparando todo para la gran hazaña. Tardaron más de una hora en montarla. Había uno de ellos que caminaba con el brazo extendido hacia arriba, mientras sostenía en su mano un extraño aparato. Cuando los chicos le preguntaron qué hacía, les dijo que estaba midiendo la velocidad del aire mientras aquel instrumento emitía unos ruiditos agudos y él seguía caminando sosteniéndolo.

Lucía y sus amigos miraban intrigados mientras hacían al joven más preguntas. Los demás parecían demasiado ocupados montando el gran pájaro de colores. Todos eran gente agradable, procedente de diferentes puntos de la comarca.

Cuando todo estuvo listo, el joven se acercó a ellos y les dijo: “Bueno chicos, si os quedáis ahí bien quietos podréis ver como me lanzo con mi ala delta y vuelo bajo vuestros pies. Pero sobre todo no os acerquéis demasiado al precipicio”.

Estaban emocionados, ¡Aquello si que era una aventura de verdad!

El hombre joven sonreía radiante, todo estaba preparado y su pequeño público lo esperaba lleno de ilusión. Se acercó hasta sus compañeros y los abrazó. Después, se situó en una especie de soporte que había en el interior del ala y les guiñó un ojo a los chicos, mientras levantaba el dedo pulgar en señal de listos. Ya muy cerca del borde del precipicio, inspiró profundamente mirando hacia el cielo.

Todos estaban paralizados, esperando el momento de la caída, cuando finalmente hizo una pequeña carrera respirando de nuevo con ansias y se lanzó al vacío…

Unos instantes después un grito salvaje inundaba el valle. Era un grito impresionante que rebotaba contra su propio eco y volvía velozmente a oídos de aquel público entusiasmado. Todos empezaron a aplaudir y de repente, Lucía sintió como se le erizaba el vello al escuchar aquel sonido humano inundando la montaña. Fue entonces cuando empezó a pensar que un día, ella también lo haría: ¡Sí! se lanzaría al vacío y gritaría bien fuerte, sintiendo aquella sensación de libertad y descubriendo el placer de oír su propia voz rebotando en las montañas, mientras planeaba en el aire sobre el valle.

Y muchos años después de aquel día de su niñez, estaba de nuevo allí; con su niña de ayer y con sus hijos, viendo como alguien se lanzaba de nuevo al vuelo. Esta vez era una mujer, era morena, de estatura pequeña y aunque no aparentaba ser demasiado fuerte, se movía con energía y parecía muy valiente.

Lucía sintió una gran envidia, cerró los ojos y pudo imaginarse así misma lanzándose al precipicio con sus alas de colores. Imaginó también como saldría de su pecho aquel grito salvaje, mientras vería la sombra de su silueta en la llanura.

Y aterrizó de su propio sueño, justo a tiempo para ver el salto.

Sus hijos aplaudían entusiasmados, tal como ella había hecho 22 años atrás. Esperó impaciente el grito, porque sabía que lo oiría de nuevo…

Apenas transcurrieron unos segundos cuando se estremeció de pies a cabeza, al sentir la voz de la mujer desgarrando el silencio de la montaña.

– ¡Es el grito de la libertad! – dijo con entusiasmo a los niños.

Y sintió que empezaba a vivir la suya propia y que empezaba también a saborearla como nunca antes había hecho. Tantos años que habían pasado y aún no había aprendido a volar de verdad…

Y esa mañana de febrero, mientras el viento volvía a golpear su rostro al borde del precipicio y la primavera ya era un presagio, se atrevió a pensar que aún no era demasiado tarde para hacerlo.

Y aquella noche en sus sueños, su corazón quiso volar.

Sentir el canto de los valles y con sus alas inmensas multicolores…

¡Surcar el viento!

Revista literaria EL DESCENSOR, ‎2009/09 – Al viento
Imagen tomada en Puigsagordi, Hostalets de Balanyà
muy cerca de la Casa del Viento 🙂