«Nosotros somos los que arden, los que, por el deseo de arder, renuncian al Agua de la Vida y vanen busca del Fuego»
Yalal ad-Din Muhammad, Rumi
EL FUEGO
Yo solo soy, lo que ha pedido el fuego lo que me ha escrito el fuego, lo que ha dejado intacto y me ha dictado en ascua viva el fuego Aquel que corre por mi sangre, que quema mis corazas y abre la entraña en mí. Bebe de mis pupilas, propulsa el huracán que me ha estado lanzando contra ti. Apenas te medí contra mis fuerzas… Y hoy, que lágrima en la sal me he herido: me destituyo de amarte y aquí, en lo desnudo, me visto con el verso y vuelvo a reiterarme en la aprendiz eterna del amor.
Yo, siempre voy a ir donde el amor me lleve No me verás de nieve ante tus ojos No me verás intacta, sin llamas en el pecho Si no amor: Yo no Si no amor, no me propulsan mis alas Ya no verbo ni verso por ti, si no amor Ya no busco motivos Ya no creo que en ti Si no amor en ti…
Esta noche parece, como si la certeza se abrazase a un solo árbol Como si al sauce y al viento les uniese un mismo reproche… Como si al enfrentarnos ya no pudiésemos leernos fuego ígneo en los ojos y estos versos no fuesen ya míos ni este incendio mío y solo te encontrase dormido en los instantes
Esta noche parece como si al separarnos, hubieses construido tú el abismo que vino a enmudecernos. Y yo solo escuchase los átomos en vela de la noche que, como viejos recuerdos, me llevaban a añorarte. Y te soñaba grande, como si tú también pudieses soñarme y mi soledad hubiese sido distinta y tan valiente, que jamás me mintiese y me enseñase a andar lenta y descalza, o a volar alto y segura de mí misma.
Esta noche, voy de vuelta con los rotos. Como en cada luna llena que me derramó de espera. Nunca llegué a comprender si acaso fue tu niñez, o aquella loba hermana que —del trueno sobre el trueno— zigzageó en mi rostro el ritmo y la cadencia de la lluvia. La que siempre fui sin ti, en todo lo trazado. Porque llorarte fue algo tan fructífero, que hice del vendaval de mi ira otro lenguaje. Con él, llegó la sal de las palabras como una antigua y sabia medicina que se vertía en mí.
Y dime, ¿tú qué hiciste? ¿Acaso no tuviste alguna vez un halcón entre tus manos y lo lanzaste a volar, lejísimos de ti?
Tú, que nunca comprendiste que yo era Lady Halcón volando errante, sin saber ponerle un tiempo a mi dejar de amarte. Por eso, he muerto y renacido tantas veces, sin cuerpo y en mis alas, o en brazos de la lluvia, tendida sobre el bosque.
Y ahora que ha pasado tanto tiempo, puedo decir con certeza: que no me perteneces y no te pertenezco. Que aquel amor nos hizo libres y, tal vez, nos enseñó a ser algo mejores en las nacientes vidas que el futuro nos llame a vivir, si es que existe otro tiempo más allá del ahora…
Sé, que tardaré una noche en blanco, como un mundo inhabitado u otra luna entera, viajando como Venus en este cuerpo de aire, que ya no escribe duelos. Sé, que viajaré hasta que la aurora regrese y me constele, viajaré. Hasta que el lucero del alba me honre al pronunciarme y sea yo devuelta, como un faro encendido, a la Tierra del Hombre.
Sé, que ¡ya he volado! Sin límite, ni hogar, fui casi un ave libre.
Quise escribir para vivir a esta mujer que sabe sostenerme y que ahora comprende que contigo, solo elegía un camino donde la hiedra trepaba sin dejar de enrramarse a mis cortezas de sauce. Una senda donde amarte, me abrió siempre en dos mitades:
La mía. La que soy y me habita. La que enraízo en mis pasos, mientras danzo, entre el Cielo y la Tierra.
O la tuya, la del Aire. La que fui. La que era. Inocente y etérea, pero sin huellas.
Deja que avance el otoño, que el pulso de septiembre adentre y se recoja.
Que la humedad se abrevie y la tarde sea corta.
Que el día sea un concierto de ocres y amarillos.
Deja que ordene mi casa, mis pasos, mis motivos…
Deja que me resuelva y te resuelva conmigo. Deja que me constele y regrese, que llore dignamente, que barra la ceniza de la sombra.
Y al amor, si es que llega… Déjalo ¡qué se arroje! Déjalo que se muestre, que luzca, que provoque.
Que vista su intención con las mejores galas.
Que tropiece y se caiga de bruces en esta soledad tan hilvanada. Déjalo que huya un tiempo, que se quede en silencio, que se mire y se enfrente a su vértigo. Déjalo que renazca y se eleve, déjalo que nos sueñe. Déjalo que respire, que vibre, que desee, que se lance y te toque y se queme los dedos. Deja, que llegue el frío del invierno y que huela el viento a limpio, como huele en noviembre. Déjalo que se arriesgue, que se acerque a mi pecho y pueda ver las ramas desnudas de mi abrazo. Deja que me sacuda, que vuelen de mí los pájaros, que mi interior sea haga trigo y nutra el corazón desentrenado.
Deja que se acomode, que fluya por instinto, que se enrede y trace un camino sin nudos en su trama.
Deja que nos contemple, que nos mire a los ojos y que así ¡se haga llama!
Dejémosle que vuele, que se alce, que prenda y nos habite.
Que aprenda nuestros nombres y en la boca los goce.
Déjalo que nos ría y nos llore, déjame que le escriba y le añore, que le roce los labios con el beso prohibido.
Déjame que lo temple, que lo estrene, que lo queme, que lo arroye contigo.
Entonces si resiste, yo al fin me habré rendido.
Déjame perdonarle por habernos vencido.
Déjame que lo tenga, que despierte a mi lado. Déjame que lo abrace, que lo lleve en la entraña, que lo meza contigo en el fuego del alma.
¡Démosle el privilegio de ser libre!
Que crezca, que sea como un niño, que nos busca en su juego. Y entonces, simplemente: dejémosle suceder…