
Imagen de Pintarest
Según fui comprendiendo; allí debería vivir primero en una madre para luego crecer fuera de ella y transformarme poco a poco en hombre.
Recuerdo que empecé a preguntarme, cómo sería ser un hombre y si acaso no iba a ser demasiado doloroso vivir esa experiencia de estar tan solo y tan lejos del cuerpo de mi estrella.
Pronto supe que no iba a estar tan solo. Me contaron que allí había millones de seres como yo, y que aquel lugar hacia el que yo me dirigiría era un planeta muy rico, pero agotado y ensombrecido día tras día a causa de que los seres que lo habían ido habitando no habían respetado la armonía de su naturaleza y generación tras generación, en el transcurso de los tiempos, se había ido destruyendo en gran parte su riqueza.
Contaban que allí existía un sentimiento profundo que no se vive en el cosmos. Lo llamaban dolor y todo era confuso en él. Reinaba el miedo y la soledad en los seres que así se sentían y que incluso la mayor parte de ellos, que procedían de cuerpos estelares como el mío, se inundaban en ese dolor al haber perdido completamente sus recuerdos al llegar a la tierra,
Supe también, que allí las personas, a menudo se sentían solas y extrañas, que no veían la luz, ni crecían dentro de ella. Que todo era bastante contradictorio, que se vivía en los extremos del sentimiento, de la razón, de la mente, del corazón y de los egos.
Había hombres que amaban intensamente y se entregaban a una vida noble y otros que, sin embargo, vivían confundidos entre el odio y la desesperanza y hasta llegaban a matarse entre ellos alimentando la maldad y la venganza, sin averiguar nunca lo que buscaban con aquello.
No cesaba de preguntarme, cómo viviría yo en aquel lugar, quien iba ser mi nueva madre, aquella que me iba a dar una vida nueva, tan diferente a la única que yo conocía hasta entonces. Pero, sobre todo: cómo iba a poder reconocerla y encontrarla, en aquel mundo que, a mis ojos, parecía tan extraño.
Recuerdo que pensé, si acaso debía tener ella una luminosidad azul tan hermosa como la de mi estrella.
Estuve bastante triste unos días antes de marcharme, pues todo cuanto necesitaba era la luz de mi estrella. Viviendo y siendo parte de aquel cuerpo de luz y polvo cósmico era donde desde que tuve memoria de ser, yo había aprendido a fluir; presente y consciente en la totalidad, en la paz absoluta que mi estrella se había proporcionado siempre.
Fue un larguísimo viaje, sí. Pero no tuve ninguna duda cuando al fin la encontré. Había soñado con su imagen, tuve una visión clara: vi su rostro humano, sus ojos brillantes y una bruma azulada que la envolvía, del mismo modo que una nebulosa azul rodeaba a mi estrella, cuando yo me separaba de ella para contemplarla en la lejanía.
Sé que estuve un tiempo distante de ella, simplemente observándola. Hasta que un día, mientras soñaba, me vi arrastrado de una forma casi mágica hacia su cuerpo. Sentí una fuerza increíblemente poderosa y me encontré de repente en el umbral de un largo túnel rosado. Empecé a sentirme en él blando, cálido y muy dichoso.

Cuando pude darme cuenta, ya había traspasado la barrera que nos separaba y me encontré viviendo en el interior de su ser, de su útero, de su cuerpo de carne, huesos y luz femenina, como la de mi estrella.
Poco a poco, envuelto en aquel pequeño mundo de calor y sensaciones, iba creciendo mi pequeño cuerpo humano.
Imagen de Teresa Salvador, «Fábulas» en Flickr
¡Me gustan las flores!
Empecé a abrirme a los sentidos, aprendiendo a controlar los movimientos de cada uno de mis miembros. Cuando agitaba los brazos, para acercarme las manos hasta la boca y llenarla con mis dedos, en ese afán de chuparlos, sentía un placer inmenso. Sí, eso me gustaba muchísimo.

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También movía con fuerza las piernas y daba patadas a las paredes blandas que me rodeaban, así probaba probar mis propias fuerzas y cómo mis pequeñas habilidades iban desarrollándose día tras días.
Intuía que a ella le gustaba sentirme jugando, en continuo movimiento. Y yo podía percibir, a través de aquellas paredes de carne, músculo y piel que físicamente nos separaban, el calor de sus manos palpándome a mí.
Y allí complacido, con la boca llena de dedos, la escuchaba hablar a menudo y a veces hasta tatarear una musiquilla que me encantaba, porque me serenaba hasta hacerme caer en un sueño dulce y profundo.
Aprendí más adelante a agudizar mi oído, para apreciar mejor cada matiz del más grande de todos los sonidos: el de su corazón. Su sonido me volvía a transportar a la calma sencilla del Cosmos y con el tiempo, pude llegar a sentirlo con más intensidad que el mío propio. Fui conociendo sus ritmos, porque escuchando aquellos latidos podía percibir muy bien, cómo mi madre se sentía. Y así, si ella descansaba, si no sentía yo ningún movimiento, trataba también de dormirme, en la paz de sus latidos.
Era entonces cuando podía empezar a comprender la vida que ella vivía en ese mundo. A través de mis sueños y no de mis sentidos. También solía viajar desde ellos, de nuevo, hacia la luz de mi estrella. Era un viaje sin cuerpo, sin otro deseo que el de seguir viéndola día tras día, aunque fuera solamente por el breve tiempo que durara mi sueño. A él llegaban también, los maestros de la luz y me contaban cada vez más detalles acerca de mi presente y de cómo iba a desarrollarse todo conforme yo estuviese preparado para ello. Me dijeron que debería abandonar el cuerpo de mi madre y vivir con el mío propio, fuera de aquel tierno espacio que entonces ya era mi único mundo.
Un día al despertar supe que no podría permanecer demasiado tiempo más allí. Apenas tenía sitio para moverme. Ese día, lo reconozco, tuve muchísimo miedo. Un miedo que jamás antes había sentido y me acurruqué, escondiendo la cabeza entre mis brazos, escuchando su latido para recogerme aún más en mí mismo, para no ocupar demasiado espacio, ya que yo no me sentía aún seguro para abandonar aquel lugar que era para mi tan amoroso y placentero.
Me había acostumbrado a jugar con el agua tibia que me envolvía. Intentaba atraparla con mis manos, con mi boca, entraba y salía de ella, se escapaba hacia dentro y cuando en mi torpeza, me la tragaba, me divertía sintiendo como recorría todo mi cuerpo.
Pero un día, mientras dormía, me despertó su latido extrañamente acelerado. Por primera vez sentí, cómo empezaban a oprimirme las paredes de mi casa con una fuerza casi insoportable. Todo temblaba a mi alrededor. Tuve tanto miedo, que empecé a luchar contra aquellas paredes que entonces me parecían hostiles y extrañamente contraídas. Di varios golpes con insistencia y de repente una fuerte sacudida me bloqueó. Sentí como perdía mi agua, me agité inquieto buscándola, pero ya nunca más pude recuperarla.
Algo se había quebrado bajo mi cabeza y me veía cada vez más impulsado hacia ese precipicio que se abría sin remedio ante mí. Apenas sentía ya fuerzas para resistirme. En un momento de breve quietud, pude sentir como mi madre gritaba asustada, estaba llamando a alguien, mientras todo se nublaba en mi mente.
Entonces, pude ver el fondo de mi casa quebrándose bajo mi cabeza, mientras esa fuerza aplastante me empujaba hacia el hueco que acababa de surgir frente a mí.
Continua en el siguiente post…

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