
Soy una insensata con fortuna.
No tengo ni espero marido y sé,
de una soledad de trigo
que te ayuda a quererte
más de lo que otros hicieron.
Una, que si alguna noche te desvela
la piel sabe de dónde viene y el por qué.
Mis hijos, empiezan a ser hombres
a pesar de mis dudas
de seguirlos consintiendo más de la cuenta.
Tengo un trabajo que nos deja vivir…
Contando lo que toma cada mes de mi salario
don judas-capitalismo
casi siempre logro pagar las facturas,
llenar la nevera de casa
y una semana al año_cruzo los dedos_
huir con mi familia hacia algún territorio
cercano y rodeado de azul de mar.
Sigo luchando para que bajo este techo
nadie le haga ascos a ninguna comida.
Dono dos euros al mes a una ONG africana
y vivo con la vergüenza a cuestas
de saber que eso es nada.
Tuve un abuelo materno
que fue republicano hasta la muerte.
Rebelde en un mundo de atroces,
ahora sólo puede gritar desde mi sangre.
En los días peores le imploro alguna tregua de silencio
y lloro mientras rompo malos poemas
que no nos dejan ni luchar por lo que somos
ni soñar la libertad de los nuestros.
Duermo poco y a veces canto a solas.
En los días de fiesta me disuelvo
por esta ciudad hermosa y sin alma
que mira fijamente al mar.
Gloriosa se proclama: «ciudad europea»
pero en sus calles enfermas, la vida se detiene
a cada vuelta de esquina en la tez de la pobreza.
Te mira con sus ojos de matar y a veces,
te habla de hambre en otras lenguas…
La miras de reojo porque sus manos abiertas duelen
y le arrojas unas monedas, mientras sientes:
la soledad ronca del otro.
La culpa, la furia, la sangre,
la daga impotente de la angustia.
El grito acorralado del abuelo.

Entiendo perfectamente esos versos y más ahora, hace unos segundos, que acabo de releer un ejemplar de la revista «España y la paz».
Un abrazo.
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