Día 21, December. «La niña de la cueva y yo»

cueva

Vivíamos sin dar paso al invierno, la niña de la cueva y yo. Llevábamos siempre leotardos y aún así, seguíamos con los sueños completamente helados. Pero al fin y al cabo: sobrevivíamos, al margen de otras cosas, y siempre dentro de la cueva, siempre, la niña y yo…

Las dos persistíamos en caminar muy despacio sobre la lana o la nieve del recuerdo. Y el recuerdo era fértil; porque paría otros recuerdos y toda la cueva era un desguace de vivencias-recuerdos y nosotras, debíamos caminar, esquivando los bultos, el hielo y las espinas que había derramado lo fiero de Diciembre, sobre nuestro suelo. Nos protegíamos del hielo prendiendo un fueguecito de palabras. Entonces, llegaban los poemas. Y las dos decíamos al unísono: ¡Entrad poemas! y los pobres poemas entraban en la cueva, completamente inconscientes de que tal vez nunca podrían salir ya de ella. Porque serían poemas para nutrir nuestra hoguera de palabras y nuestra soledad. Por eso, la mayoría de ellos eran quemados poco después de escribirlos, por lo inútil de servirnos para ninguna otra cosa.

Sin embargo, otros eran: poemas para manta, para los mismos pieses y el corazón helado de nuestros sueños. Otros eran simplemente: poemas para lluvia como llanto, para llorarlos dentro y que la cueva, la niña y yo en la cima de la lluvia,  fuésemos después de todo, la misma cosa.

Y así era cómo resistíamos los días; sin dar paso al invierno de Diciembre, porque Diciembre había sido cruel con nosotras, como la herida era cruel sobre la piel de la pobre niña. Habíamos vivido ya mano a mano, la tez angosta de dos diciembres después de él. Mano a mano; habíamos tejido el miedo al hombre y a lo mundano, después de él. A esas alturas, habíamos quemado juntas mucho más de cien poemas inútiles y demasiado frágiles para cualquier otra cosa. No sabíamos aún, ningún otro modo de supervivencia. Cerrábamos la puerta a los amigos. ¡Que no queremos salir, joder!_ les decíamos. Y Diciembre era un mes para estar dentro, para quemar poemas y hacerle la guerra al hielo.

Pero un día la niña de la cueva, se levantó de mi cama y dijo: ¡Basta! Se puso frente a mis ojos y dijo: ¡Basta! Se metió dentro de sus zapatos rojos, aquellos  que yo le regalaba casi siempre por Diciembre mucho antes de él y así; se me escapó de la cueva vestida solamente con cuatro trapos de colores y los zapatos rojos. Pasó toda la tarde fuera. Tuve que armarme de valor para salir a buscarla por las calles. Me sorprendió muchísimo que no hacía nada de frío. Que ni siquiera parecía ser aún Diciembre. Me sorprendió la noche fuera de la cueva y la niña,  quien sabe por dónde andaría… 

Cuando finalmente agotada de buscarla por las calles, regresé a la cueva; ella, estaba allí esperándome. Me miró con una sonrisa inmensa. Su rostro era un  poema. Un poema que yo no creo que pueda ser capaz de escribir jamás. Había puesto flores de invierno en todas las ventanas. Había comprado un lienzo con un mar azul gigante y una cometa de colores volando sobre él. Señaló la cometa y me dijo: ¡Esa, eres tú!. Había dibujado un pájaro y un sol amaneciendo en nuestra habitación. Había llenado toda nuestra cueva de colores. Y yo no dejaba de asombrarme y justo entonces, fue cuando la niña me cogió de la mano y me llevó hasta la puerta de la cueva.  La abrió de par en par, tan sólo hizo un gesto con el dedo y dijo: ¡Salid, poemas! Y todos los poemas que nos quedaban, salieron jubilosos en busca de otra piel para diciembres. O tal vez; en busca de otras niñas heridas, quien sabe si por haber tratado de sacar a flote a «su mujer de cuevas».  Llenamos la casa-cueva de sonidos. La vida era música. Llamamos a los amigos, porque era tiempo de celebrar la vida.

Y entonces,  regresamos juntas al tumulto de los días. Al frío sobre el corazón caliente de Diciembre. Al ritmo de la piel en lo mundano.  Hace apenas dos días abrimos la puerta al invierno. Esta vez, antes de que llegara el solsticio, nuestra casa-cueva ya estaba caliente y preparada.

Fuera estaba lloviendo y olía a tierra mojada.

Publicado por

mayde molina

Escritura, Espiritualidad. Medicina Tradicional China

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