Tejer habitaciones en la lluvia,
en las palabras páramo,
en la certeza pulcra de la bondad del agua…
Tejerse en la palabra: quietudes y bondades. Espejos donde llover sea el trigal y lo sencillo. Donde mirar la sed del corazón se haga necesario. Sus cavidades, su ausencia dentro, su persistencia dentro, su duelo contra la herida en jaula. Saber de su consuelo en el agua. Porque la lágrima es tan pura como la lluvia y como la lluvia, nutre la tierra de nuestro cuerpo-páramo. Nutre. Y ya puedes sobrevivir ante cualquier diciembre y todos los inviernos. Porque al nutrirte se te ha hecho más ligero el abandono, el miedo, el ego dentro del duelo, el caos y el fuego innecesario, que solo andaba insomnio sobre insomnio. Te nutres para que el corazón sea casa y tu verdadero oficio. Para que se ponga al servicio de lo noble, de las causas precisas, de los otros. De los muchos tantos como tú, más allá de tu propia ceguera y desconsuelo. Te nutres y ansias del corazón tanta bondad para salir a flote…
Y amar la transparencia. Amar, tal vez volver amar pero sencillamente ofreciendo lo limpio. Porque entonces amar será para crecer y poder ofrecerse con la bondad del agua.
Eso pide el amor: ninguna furia. Un territorio fértil, libre. Un páramo que emerja del «después» de la lluvia y abrirse a él como las ramas de un árbol se abren a la vida. El alma disponible al fin y al cabo.
He necesitado tres diciembres para aprender todo esto y ahora; al fin puedo decir que me nutrí en la lluvia como en la lágrima. Que tengo un corazón que es mi héroe. Él me salvó en Diciembre y se salvó en la lluvia para dejarme al fin y al cabo: el alma disponible.
¡Qué sencillo puede ser todo cuando se ama así…!
Un abrazo.
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